En el cuerpo de residentes del entonces Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán, a mediados de la década de los 80, no faltaban individuos de inmensos talentos bohemios. Los/las había poetas, músicos, ajedrecistas, artistas del pincel y escultura. Y todos extraordinarios humanistas, artistas también del interrogatorio clínico, expertos con el estetoscopio, aguja y también, por qué no aceptarlo, el desdén a la mecanografía. –¿Dónde está su corbata?– Preguntaba el jefe del Departamento de Cirugía, como pasando revista en un desfile militar, y no faltaba quien, que cuando en la post-guardia carecía dicha apéndice, era gravemente reprendido por falta de clase o incluso de masculinidad. Desde luego, esa obsesión pudo ser canalizada en impartir la cultura del nudo, el Windsor (medio y completo y doble) Pratt, Shelby, de moño, etc. Seguramente se hubiese apreciado un poco más. Pero sólo inculcaba cultura de terror y menosprecio.
2014-04-07 | 805 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 66 Núm.1. Enero-Febrero 2014 Pags. 5-6 Rev Invest Clin 2014; 66(1)