Autor: Sánchez Mendiola Melchor
En un curso de formación docente para médicos al que asistí hace varios años, la profesora nos pidió que recordáramos la mejor experiencia de aprendizaje de nuestras vidas, y después nos pidió que la discutiéramos con nuestros compañeros, explicando por qué esa experiencia fue memorable y cómo produjo aprendizaje profundo y duradero. La mayoría de los asistentes describimos experiencias cuyo denominador común fue un intenso componente afectivo y emocional, cuyos elementos más sobresalientes fueron los aspectos humanos de la interacción profesorestudiante. Cuando alguien recordaba una clase de “ciencias básicas”, era porque el profesor realizó acciones durante la clase con objeto de conmover a los educandos, porque el concepto se explicaba en el contexto de una anécdota memorable, o por alguna razón relacionada con aspectos afectivos. Las experiencias de aprendizaje más intensas e inolvidables ocurrieron cuando tuvimos aprendizaje experiencial, cuando vivimos momentos clínicos en que los “actores” (pacientes, familiares, médicos, personal de la salud, compañeros estudiantes) desempeñaron roles que dejaron huella en nuestras mentes y nuestros corazones. La dicotomía artificial entre lo “científico” y lo “emocional” no tiene sentido, ya que todas las experiencias educativas tienen un mayor o menor componente afectivo. Los que tenemos la honrosa oportunidad de participar en la educación de los profesionales de la salud, contamos con los escenarios de aprendizaje más ricos y variados imaginables, en los que se proporciona atención médica al ser humano sano y enfermo. Este proceso ocurre en los niveles físico y mental, en entornos individuales y sociales, lo que transforma la enseñanza y aprendizaje de la medicina en un reto difícil pero intensamente satisfactorio.
2014-06-17 | 1,126 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 3 Núm.10. Abril-Junio 2014 Pags. 63-64 Inv Ed Med 2014; 3(10)