Autor: Muñoz Fernández Luis
Con sincera humildad –virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento– reconozco que hace muchos años que no realizo historias clínicas y que, por lo tanto, podría ser el menos indicado para tocar el tema que pretendo desarrollar en este escrito. Sin embargo, entre marzo de 1987 y febrero de 1988, me dediqué casi de manera exclusiva a realizar las historias clínicas que me correspondieron como residente de primer año de medicina interna. Luego vendría la residencia en anatomía patológica, disciplina a la que me he dedicado los últimos veintiséis años. Aquellas historias clínicas se tenían que hacer a conciencia. Tras interrogar y explorar al paciente, uno no podía sentarse y escribir la información obtenida sin más ni más. Tenía que esperar a que el residente superior interrogase y explorase al paciente nuevamente y luego discutir con él los pormenores en el sector (la sala de los médicos al cargo de un número determinado de enfermos). Una vez puestos de acuerdo y con su autorización, yo ya podía sentarme frente a la máquina de escribir. Todavía tendría que someter mi relato a una nueva revisión por el médico adscrito que llegaba a la mañana siguiente. Un año de practicar este ejercicio día tras día deja una huella perdurable que no se ha mermado con los años.
2015-07-06 | 354 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 2 Núm.4. Octubre-Diciembre 2014 Pags. 137-139 Avan Cien. Sal Med 2014; 2(4)