Autores: Castañeda González Carlos Jesús, Figueroa Vera Rodrigo
La agresividad siempre ha sido un tema controversial y difícil de tratar, ya que atañe a una de las características más primitivas del ser humano que es la supervivencia. Se ha abordado desde diferentes puntos de vista a través de diversas disciplinas y, en realidad, no se ha llegado a un consenso sobre qué es lo que motiva a una persona a comportarse de forma agresiva, ya sea de manera sutil y velada, o bien, franca y evidentemente violenta, física o psicológicamente. La agresividad no es solo una conducta que se proyecte hacia fuera, a otras personas, animales u objetos, sino que también puede ser canalizada hacia adentro, es decir, a uno mismo, y en este sentido es aún más compleja de entender. Esto nos lleva a plantearnos un sinfín de preguntas: ¿Qué factores hacen que una conducta hostil se canalice hacia tu propia persona? ¿Por qué no es posible manejar tanta frustración, siendo necesaria la autolesividad? ¿Qué es lo que hace que una persona actúe de forma impulsiva, disruptiva o destructiva? ¿Hasta qué punto es tan complicado manejar las emociones, las percepciones y los pensamientos que anulan la capacidad de enjuiciar y la inteligencia, por lo que ¿resulta necesario desencadenar una conducta motora que llegue a la agitación psicomotriz? Estos cuestionamientos y muchos más nos formulamos los psiquiatras en el momento de tratar a los pacientes.
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2018-01-22 | 230 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 26 Núm.2. Marzo-Abril 2017 Pags. 39-40 Psiquis 2017; 26(2)