Incursionar en ese mundo psíquico del infante, mundo sin palabras, oscuro y caótico, preludio de lo que aún está por lograrse, apenas preformado y preexistente; y seguirlo en su penoso desenvolvimiento hasta llegar a ser la mente de un ser humano, es en verdad, un quehacer fascinante. La tarea de describirlo en nuestras palabras y hacerlo asequible a nuestra mentalidad de adulto, es tan ardua, que es necesario, para ello, valernos de una analogía con la formación y el desarrollo del Universo. En ese Ragnorok a la inversa que es el Big Bang primordial de los astrofísicos, la partícula primigenia, en un tiempo de millonésimas de nano-segundo, explota para crear el Universo. Junto con esa mínima entidad de energía-materna, se expande el tiempo mismo, que, de fragmentos de segundo, pasa a ser Aion, el tiempo sin fin.
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2003-04-16 | 627 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 44 Núm.2. Marzo-Abril 2001 Pags. 81-82. Rev Fac Med UNAM 2001; 44(2)