Autor: Quijano Narezo Manuel
Se ha hablado en esta columna de las peculiaridades de la práctica médica contemporánea y de asuntos como el encarnizamiento terapéutico, los cuidados intensivos, el suicidio asistido y los dilemas éticos referentes a todo ello. Entre líneas es posible que se haya notado cierto escepticismo personal referente a algunas medidas que se aplican en la terapia crítica y que con frecuencia se aprecian ulteriormente inútiles o intrascendentes; caras, incómodas para el paciente y dictadas a menudo por una rutina inconsciente, cuando no por un afán de que se vea que “algo se hace”. El comentario podría extenderse hasta glosar sobre la medicina paliativa y la actitud del médico ante la muerte y el moribundo. Aunque se escriben estas líneas el 3 de noviembre, no derivan de reflexiones mexicanas del día de ayer sino del recuerdo de algunos casos de amigos fallecidos por cánceres terminales y porque caen dentro del campo de mi preferencia, el quehacer médico y humano no sometido a las fuerzas del mercado. Hace años, cuando se puso de moda criticar a los médicos por exagerar sus intervenciones con procedimientos inútiles, o que a la postre resultaban eso, intenté defender nuestra posición diciendo que en muchos de esos casos, el médico tratante se enfrentaba sucesivamente y en cada momento, a problemas que no eran intrínsecamente irremediables, que parecían dominables y por ello se esforzaba en luchar. La crítica era, pues, injusta. Es fácil poner un ejemplo: un accidente de carretera en una persona de 70 años, ruptura de bazo, fractura de fémur y de varias costillas, lesión pulmonar...esplenectomía y traqueostomía. A los tres días aparece una flebitis de miembros inferiores y se dan anticoagulantes pero ya se produjo una embolia pulmonar; ésta es amplia, hay medio pulmón colapsado, derrame pleural y, puesto que se trata de una persona en la tercera edad, se inician dificultades de circulación coronaria y de insuficiencia cardiaca; en el abdomen las cosas no están quietas, hay un íleo paralítico, oliguria acentuada y, en fin, se instala una falla orgánica múltiple, con galope, subictericia, déficit ventilatorio, obnubilación, anuria y coma. Cada uno de los daños y de las complicaciones parecían dominables pero la suma de problemas terminó con el fallecimiento, después de dos semanas en terapia intensiva, transfusiones, medicamentos de acción compleja, ventilador, monitoreo y gastos múltiples.
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2004-01-12 | 1,508 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 47 Núm.1. Enero-Febrero 2004 Pags. 03-04 Rev Fac Med UNAM 2004; 47(1)