Autor: Gutiérrez Jaramillo Javier
Las órdenes de no reanimar o de suspender todo tratamiento necesitan unas actitudes de honestidad mental, objetividad científica, valor, flexibilidad, modestia y amor hacia el paciente. La ciencia enseña que todo es programable, que todo tiene una relación causa efecto, y cuando aparece la muerte inherente a la naturaleza humana, esa programación queda rota. Aquí viene la frustración. La modestia debe hacer aterrizar ante lo efímero de la vida. El orgullo prepotente de los médicos, debe ceder con humildad hacia ese «otro colega» que es la muerte (alivia todo sufrimiento y hace entrar a la felicidad eterna). No es posible ceder ante la muerte; hay que alejarla a toda costa, no importan los sufrimientos que produzca a los pacientes y a sus familiares. Esa es la distanasia: alejamiento de la muerte. Aquí no se trata a los pacientes con amor y compasión. Hay celos de perder el prestigio como profesionales, y si hay intereses económicos de por medio, la actitud ética se altera. Y si el paciente es un alto personaje, el manejo se vuelve más artificial y produce un encarnizamiento terapéutico y tecnológico. Se deben desarrollar actitudes antidistanásicas en ciertas circunstancias. Por eso determinar «hasta aquí; punto final,» necesita valor, honestidad, flexibilidad, objetividad científica, amor rodeado de compasión. Posiblemente es mucho más fácil continuar un tratamiento, que suspenderlo aun si se tienen serias dudas acerca de sus beneficios, y sobre todo cuando esto implica terminar la lucha y dejar que la muerte se acerque. Parece que se estuviera tratando el super yo y no al paciente. Y aquí también el temor a las demandas, hará tomar conductas irracionales. En forma definitiva los médicos, son responsables en muchas circunstancias (y en especial con enfermedades incurables), de prolongar la agonía del paciente y los sufrimientos de los familiares.
2004-04-05 | 1,169 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 27 Núm.2. Abril-Junio 1996 Pags. 91-95 Colomb Med 1996; 27(2)