El hombre a la luz del hombre

Autor: Salazar Alejandro

Completo

En estos tiempos actuales vemos día a día como más y más personas se centran en el conocimiento del mismo hombre, casi como en la época renacentista donde el hombre -por decirlo de alguna manera- se humanizó y viró su mirada sobre sus congéneres reconociendo en ellos su verdadera razón de ser, pues en aquellos días, y aun en estos, el hombre gira entorno al ser humano. La medicina no ha sido o no puede ser ajena a esta realidad porque trabajamos con seres humanos, pensantes, idealistas, conscientes y sentimentales además de muchas otras características que dan el status de ser humano al hombre. La medicina es del hombre en función de “curar” al mismo hombre y es además una ciencia practicada por hombres; por eso el médico, al igual que su paciente, siente, vive, percibe, le duele y demás. El ser médico no debe implicar el apartar o hacer a un lado sentimientos, ideas, creencias, estilos y características personales que nos permiten ser humanos. La medicina es una ciencia, que como tal, no debe olvidar sus profundas raíces históricas humanistas. Si recordamos, vemos cómo grandes personajes como Andreas Vesalio (padre de la anatomía), Leonardo Da Vinci (pintor, escultor, inventor y dibujante) se centraron en el hombre, cimentando las bases antropocentristas del humanismo; humanismo que quizás nuestra futura profesión ha ido olvidando y dejando de lado porque se ha encasillado en la visión puramente científica de la práctica médica creyendo, falsamente, que con ser enciclopedias, atlas o quizás computadores andantes colmados de información netamente académica son capaces de curar, prevenir y en ocasiones casi que deificarnos frente a realidades claramente visibles como la de percibir en los pacientes no sólo que son esto último, sino que además son seres humanos con todo lo que los identifica como tales. Así pues, el ser médico implica ser persona íntegra que sea capaz de ser hombre o mujer que no sólo sea dedicado al almacenamiento de conocimientos sino que sea también la fuente de los mismos además de ser personas con visión humanista de los seres humanos e igualmente de su profesión porque los pacientes no sólo tienen problemas orgánicos sino que además reciben un influjo emocional y físico del mismo mundo que los rodea. Hoy en día, quizás más que nunca, existen diversidades de caminos y nuevas vías para alcanzar la cima del conocimiento y cada una de esas diferentes prácticas en pro de un fin común son influidas por diferentes personas, acciones, costumbres, verdades y demás características que nos hacen a cada uno de nosotros ser únicos e irrepetibles y aún más importante permiten ser diferentes los unos de los otros, por eso, vemos cómo pensar y tener en cuenta al hombre como centro fundamental de la práctica médica se hace indispensable pues es desligarnos de la visión puramente biomédica de la “enfermedad” , de la terapéutica y en general del quehacer como futuros o ya como médicos porque somos nosotros seres humanos que como tales debemos tener la concepción de las personas como semejantes e iguales a nosotros, con defectos y bondades que podrán, determinar en cualquier momento nuestra práctica y nuestra profesión. Podemos decir entonces, que esta es una invitación para despertar y abrir los ojos frente al mundo que nos rodea para ver en él las verdades y realidades que existen; tenemos que ser hombres y mujeres dispuestos y capaces de abanderar ideas donde el ser humano no sea ni medio ni fin sino un actor social activo que ayude a crecer una sociedad por medio de todas sus virtudes. Tenemos que atrevernos a ser diferentes, a creer en el ser humano y a reconocer en el otro una vida, una forma de pensar y una realidad humana a la cual no se puede ser ajeno. Además, debemos reconocer en nuestra vida profesional futura o actual que no estudiamos ni trabajamos con animales sino con personas y que nuestra profesión se fundamenta en cada uno de esos seres humanos cuya dimensión trasciende más allá de sufrir una enfermedad. También se debe tener presente que lo que se estudia o somos o aspiramos ser, no nos hace omnipotentes ni tenemos la vida en nuestras manos sino que nosotros somos las manos de la vida destinados para preservarla, conservarla y cuidarla. Entonces es nuestro reto, el ser diferentes y de reconocer en el otro a un ser humano que es igual a lo que soy yo.

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2004-04-30   |   517 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 33 Núm.4. Octubre-Diciembre 2002 Pags. 197 Colomb Med 2002; 33(4)