Autor: Alarcón Guzmán Renato D
INTRODUCCIÓN Como muchos otros aspectos de la realidad contemporánea en el continente latinoamericano, la educación psiquiátrica afronta circunstancias críticas. No se trata únicamente de la escasez de profesionales o especialistas ni de su desigual distribución en zonas metropolitanas vs. áreas rurales o apartadas; no me refiero tampoco a plantas físicas deficientes o a la falta de recursos didácticos o equipo tecnológico adecuado. La crisis obedece a factores mucho más profundos y complejos en contextos mucho más amplios y elaborados. Tiene que ver con la realidad de presiones demográficas, sociales, políticas y económicas, las necesidades (y las expectativas) concretas de más de 500 millones de personas, más de las tres cuartas partes de las cuales están sumidas en hórridos enclaves de pobreza, ignorancia, alienación, violencia e incomunicación. Y la situación se hace más dramática aun porque ocurre en un momento histórico en el que, en el llamado mundo “desarrollado” tiene lugar una auténtica revolución didáctica en aspectos humanos, curriculares y técnicos (Rubin y Zorumski, 2003). Puede decirse que estas afirmaciones, tal vez demasiado duras, enfocan aspectos globales de planificación y acciones de gobierno, de doctrina socio-política o de infraestructura económica que van mucho más allá del rango meramente educativo, pedagógico o didáctico. Y ello es tal vez cierto. Pero, por otro lado, ni la educación es más una torre de marfil ni los académicos podemos continuar refugiándonos en plácidos claustros, aulas asépticas o laboratorios sofisticados. Nuestros esfuerzos están determinados, querámoslo o no, por un concepto y una praxis que en América Latina adquieren visos más categóricos y necesarios: la salud pública, de la cual la salud mental es componente cada vez más aceptado y más relevante (Anderson y Greenberg, 2001; Allen-Meares, 2002). Y la salud pública de la que estoy hablando no es tampoco la retórica decimonónica y redundante de estadísticas frías, acomodaticias y endebles o de modelos trasnochados de planificación superburocratizada. La salud pública a la que un adiestramiento psiquiátrico progresista se orienta, reconoce los aportes de la investigación moderna, fomenta y utiliza con decoro y realismo la investigación básica y clínica y no acepta que sus resultados sean revestidos con mediocridades homogenizantes (Lefley, 1988).
2004-07-19 | 840 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 27 Núm.1. Enero-Febrero 2004 Pags. 1-10 Salud Ment 2004; 27(1)