Bill Harrington, el ping-pong y la trombocitopenia autoinmune

Autor: Pérez Tamayo Ruy

Fragmento

La historia que sigue es real, aunque más bien parece un cuento, o mejor todavía, un argumento para una película. Pero puedo asegurar que las cosas sucedieron como se relatan a continuación, porque me tocó ser testigo cercano de todo el episodio y, además, el personaje central era un buen amigo mío; sin embargo, todo ocurrió hace ya más de 50 años, por lo que quizá la memoria haya modificado un poco algunos detalles.

I
A principios de 1951 estaba terminando mi especialidad en el departamento de patología de la Universidad Washington, en St. Louis Missouri, Estados Unidos. Había iniciado mi preparación como patólogo siendo todavía estudiante en la entonces escuela de medicina de la UNAM, trabajando en mis ratos libres (que eran muchos) en el laboratorio de mi maestro, el Dr. Isaac Costero. Cuando me recibí, en 1950, ya llevaba cuatro años en esa actividad y mi maestro no se opuso a que yo buscara una beca para continuar mi preparación en Estados Unidos. Mi solicitud la aprobó la Fundación Kellogg, una vez que la Universidad Washington me aceptó como residente. Llegué a St. Louis Missouri a principios de septiembre de 1950 y, desde luego, me incorporé al departamento de patología del Hospital Barnes, que era la sede principal de la escuela de medicina. En esa época, Estados Unidos estaba en guerra con Corea y habían reclutado en el ejército a muchos médicos estadounidenses jóvenes, por lo que un número no despreciable de residentes éramos extranjeros. Los pocos médicos residentes estadounidenses que no habían ido (todavía) a Corea eran los cirujanos que no habían terminado su especialidad; también había unos cuantos sujetos en distintos departamentos de la escuela de medicina que el ejército de Estados Unidos no había reclutado por distintas razones, entre las que se contaba una que yo entendía muy bien, que era su gran inteligencia y promesa de liderazgo futuro, y otra que calificaba a unos cuantos como conscientious objectors, que encontraba difícil de explicar, porque no me imaginaba que su opuesto, conscientious promoters, realmente existiera, o sea alguien que en conciencia favoreciera la guerra. Uno de los conscientious objectors era Bill Harrington.

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2004-08-16   |   1,329 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 6 Núm.23. Abril-Junio 2004 Pags. 152-155 Med Univer 2004; 6(23)