La pasión por el oficio

Autor: Arteaga Pallares Carlos

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Arteaga Pallares Carlos Médico Psiquiatra, Editor RCP Nada más propicio para comenzar este tema que una cita de Octavio Paz: "...el alma o como quiera llamarse a la psiquis humana, no sólo es razón e intelecto, también es una sensibilidad. El alma es cuerpo, sensación; la sensación se vuelve afecto, sentimiento, pasión. El elemento afectivo nace del cuerpo pero es algo más que la atracción... Como pasión y no como idea, el amor ha sido revolucionario en la Edad Moderna. El romanticismo no nos enseñó a pensar: nos enseñó a sentir..." Y precisamente es a esta condición a la cual intento dedicar una palabras. A ese lazo mágico que nos cautiva, que llamamos genéricamente pasión y que después de siglos continua siendo para nosotros un hermoso misterio. Deseo que surge involuntariamente, pero cuyo yugo es voluntariamente aceptado. En sentido estricto hago alusión a la pasión por el oficio, por el trasegar cotidiano, en nuestro caso la Medicina. Pasión que una vez sentida, percibida y razonada se convierte en una realidad psicológica muy poderosa que nos reafirma y se constituye en un proyecto existencial. Es claro, que por diversas causas, en la últimas décadas la forma de nuestro ejercicio ha tenido un viraje lento, progresivo y sistematico hacia la deshumanización, situación que ha oradado en lo más profundo la razón principal de nuestro oficio: el Hombre. El impacto de este cambio aún es imposible de valorar en su real dimensión, pero sus consecuencias estan al orden del día, a todos nos involucra y nos propone una reflexión. Una y otra vez se oyen multitud de quejas de nuestra condición actual. Discursos de todo tipo y tono en los cuales se repiten términos como los de cuerpo, gremio, asociación o grupo, no consiguen generar la unidad tan pretendida como anhelada. Quizas esto se deba a que el nuestro no es un problema del lenguaje, sino más bien, y fundamentalmente, un problema de actitud, y por extensión una cuestión ética, en tanto y cuanto actitud es libertad. Transitamos de una posición a otra tratando de encontrar un común denominador que nos agrupe: conocimiento, tecnología, lugar de residencia, aspecto económico, ensayos en lo sustancial frustros, que nos han llevado a una diáspora sin precedentes, a la conformación de pequeñas comunidades sin una clara identidad ideológica. La propuesta de estas líneas es volver la mirada hacia nosotros mismos, retomando la vocación como una alternativa válida de solución. ¿Hasta qué punto hemos soslayado la pasión por nuestro oficio. Ese entusiasmo vehemente por lo que hacemos y que en gran medida determina lo que somos? La pasión es una expresión de amor -en el sentido propuesto por Platón como el gusto reflexivo por el bien-, que independientemente que nos conduzca a la dicha o al desastre nos valoriza frente a nuestros enfermos, nuestros colegas, y especialmente a nosotros mismos, permitiéndonos rescatar la dignidad perdida. Locura o quimera, que importa, sin pasión no hay fidelidad, no hay cumplimiento de la promesa, del juramento; no hay lealtad, no hay compromiso; no hay respeto. Los valores se debilitan y la búsqueda de la trascendencia a través de la satisfacción, el reconocimiento, la sabiduría, el servicio, se desvían y finalmente se amputan. No sentimos, especulamos; no damos, vendemos; no apreciamos, avaluamos. En definitiva, no hay una mística que nos ennoblezca y sin ella no hay el fundamento válido, sólido e imperecedero sobre el cual reconstruir nuestro proyecto de cambio.

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2004-09-03   |   1,802 visitas   |   Evalua este artículo 1 valoraciones

Vol. 25 Núm.4. Diciembre 1996 Pags. Rev Col Psiqui 1996; XXV(4)