Para la calidad de nuestro ejercicio

Autor: Mendoza Vega Juan

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Juan Mendoza Vega Neurocirujano. Miembro de Número, Academia Nacional de Medicina. Miembro Activo Fundador y ex-presidente, Sociedad Neurológica de Colombia (hoy, Asociación Colombiana de Neurocirugía). Ex-presidente, Federación Latinoamericana de Neurocirugía FLANC. Ex-director general, Fundación Instituto Neurológico de Colombia. Profesor Titular y Honorario, Facultad de Medicina del Colegio Mayor de N.S. del Rosario. Jefe, Centro de Ética Médica y Bioética de ASCOFAME. En la Colombia de este fin de siglo, que es también antesala del milenio, el ejercicio de la Medicina y de cada una de sus especialidades se torna cada día menos parecido a lo que heredamos de nuestros maestros treinta o cuarenta años atras. La nación pasó de casi pastoril "conjunto de aislamientos" -pese a su evidente proximidad geográfica, los Santanderes y Antioquia o el Cesar, Boyaca y Cundinamarca, el Valle y Nariño, parecían y se sentían como países lejanos entre sí pero cohesionados por un nombre y una bandera -a unidad en el dolor de una violencia mortífera cuyos estragos nos asaltan ojos y mente por las ondas de radio y televisión. Las ciudades crecieron sin control, algunas hasta extremos cercanos de lo inhumano. Estudiar más del allá del bachillerato se volvió deseo generalizado y encontró respuesta en la proliferación de Universidades y de Facultades, no siempre tan serias y calificadas como su nombre parece indicarlo. Los circulos del poder, alertados de la urgencia de ofrecer a los millones de compatriotas protección para su salud y auxilio en la enfermedad, aprobaron decretos y leyes con esos objetivos. Pero en su afan por satisfacer a un tiempo las necesidades de sus conciudadanos y el espíritu economicista (que algunos llaman capitalista salvaje) de sus inspiradores, los legisladores elaboraron adefesios de buena intención como la famosa Ley 100 de 1993, en los cuales no figura ni se tiene en cuenta el otro actor principal e indispensable de cualquier plan de Salud: el profesional que se dedica a ese campo, el médico en primer término. DE APOSTOLADO A COMERCIO Una de las consecuencias inmediatas de esos adefesios es algo que habría provocado el más tajante rechazo por parte de los galenos que ejercieron en Colombia durante la primera mitad de la centuria: el intento por pasar los Actos Médicos a la condición de simples "actos de comercio", transacciones similares a las que efectúa quien vende telas, zapatos o alimentos, con la sola diferencia de que se estarían vendiendo literalmente horas o minutos de consulta, palpaciones, percusiones, auscultaciones, diagnósticos y por último recetas o fórmulas. A ese comercio le serían aplicables, por lógica, todas las restricciones de los códigos comerciales incluyendo la prohibición de sugerir tarifas por parte de las sociedades científicas de especialistas, pues ello equivaldría a conformar los monopolios que estan prohibidos en el campo industrial y comercial. En condición de "comerciante de actos médico", el profesional pierde la posición destacada que lo caracterizaba hasta ahora en la sociedad; no es ya figura estimada por aquello que ofrece con bondadoso altruismo (se le paga lo que vende, no se le reconoce honorario que es retribución de honor). Quien acude a buscarlo ya no es su paciente ni tampoco su enfermo sino apenas otro cliente que no deposita en él confianza alguna y que si algo no sale como desea o espera, adoptará la misma actitud que ante el vendedor de unos zapatos que se desbarataron a la primera postura, es decir, el reclamo airado en busca de una compensación o la devolución de su dinero. Sin embargo, y en actitud ambivalente, los mismos que pretenden encuadrar la medicina en los cartabones del comercio especializado se apresuran a pregonar que el profesional tiene responsabilidades especiales, que debe respetar unos derechos de las personas enfermas inimaginables en los contactos comerciales verdaderos, que no puede adoptar ciertas posiciones -como la de no atender a quien no le pague de inmediato, lo que puede disponer cualquier vendedor- porque estar· violando su ética. En pocas palabras, se intenta desvirtuar el apostolado profesional del médico en cuanto se relaciona con la remuneración y los derechos que impliquen carga económica, pero se le exige a rajatabla en todo lo demás. ÉTICA Y CALIDAD, LAS UNICAS DEFENSAS En esta difícil situación, lo único cierto es que el ejercicio de la Medicina (puede generalizarse la afirmación a todas las profesiones de quienes cuidan la salud, por supuesto) sigue siendo actividad singular que por fortuna no pierde sus caracteres ni siquiera ante el más duro embate de los economistas transmutados en legisladores sanitarios. Cuando decide ejercer y acepta el grado que le otorga la Facultad donde ha estudiado, el profesional se compromete pública y voluntariamente con sus semejantes a entregarse de allí en adelante con todas sus capacidades a un esfuerzo que ya no tendrá horario, vacaciones, ni otro final que el de esas capacidades o el de la persona misma: el cuidado de la salud en los terrenos de la prevención, la educación en salud, el tratamiento de la enfermedad, la rehabilitación. En ese compromiso público y voluntario esta siempre implícita la cuestión de la calidad. Se da por sentado que cada profesional actuará de la mejor manera que sea capaz en cada ocasión, poniendo en el empeño no solamente sus conocimientos y destrezas -que por obvias razones debe actualizar con la frecuencia necesaria- sino sus cualidades como Ser Humano, como persona en interrelación con otras personas a quienes aflige una amenaza contra su salud o su vida. Todavía hoy, las personas enfermas que buscan los servicios médicos esperan mucho más que la sola aplicación oportuna y adecuada de conocimientos y tecnología. Quieren ellas encontrar la mano amiga, la mirada comprensiva, el buen consejo, la advertencia oportuna, esa actitud que mueve a la confianza y es el mejor terreno para la relación adecuada entre el médico y el enfermo, componente indispensable a su vez del verdadero Acto Médico. Quien procede teniendo como mira al Ser Humano, con la voluntad de respetarlo plenamente aún a costa de su personal beneficio, casi con certeza actuara éticamente. Si además agrega la preocupación bien informada por el Medio Ambiente, por la relación armónica con cuanto nos rodea y por el uso de la Ciencia y la Tecnología en todas las circunstancias para el Ser Humano Humano, actuar· ajustado a la Bioética. Y el resultado de esas actuaciones será la excelente calidad de sus actos, que podra medirse tanto en forma objetiva como en la valoración subjetiva de quienes reciban sus cuidados. Es ésta la unica defensa, el unico modo de llevar la profesión médica y las demás profesiones de la salud hacia el siglo XXI sin desmedro, sin que se conviertan en supermecanica aplicada para reparar órganos ni caigan en la magia milenarista de quienes se apropian el mentir de las estrellas y las presuntas fuerzas de un redescubierto Cosmos babilónico.

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2004-09-04   |   576 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 25 Núm.3. Septiembre 1996 Pags. Rev Col Psiqui 1996; XXV(3)