Sobre el dolor, la enfermedad y la calidad de vida

Autor: Gerson Cwilich Raquel

Fragmento

El dolor constituye uno de los mecanimos más eficaces de alerta que existen en la naturaleza para revelar la presencia de una problema en la salud. En el ser humano, esta materialización de posible daño en el organismo se convierte en un alto que obliga a presentar atención, cuidar, meditar, reparar y confrecuencia a rectificar forma y fondo. No concender la debida atención a un dolor agudo y persistente, que suele repetirse, con frecuencia constituye el pródromo de lo que puede incluso llegar a ocasionar la muerte. La mayoría de los dolores suelen ser leves, transitorios y llegan a su fin por sí solos, pero cuando el dolor se convierte en una emisión constante, el cuerpo pone en marcha los mecanismos de alarma que exigen a la mente dedicarle toda su atención. Momentáneamente es posible sobreponerse al dolor físico intenso; la literatura abunda en caso de heroísmo de personas que lo han logrado, porque con la mente se es capaz de dar prioridad –aunque sólo sea temporalmente- a otras urgencias, pero en la mayoría de los casos es imprescindible recibir ayuda externa. La tarea primordial y de mayor importancia en la medicina es el alivio del dolor y la restauración de la salud. Es el dolor lo que con la mayor frecuencia lleva al paciente a consultar al médico. En términos industriales, el combate al dolor representa la fuente individual de ingresos más importante de la actividad farmaceútica a nivel mundial, e incidentalmente se ha encontrado que uno de los analgésicos comerciales más antiguos en el mercado, producido hace más de 125 años, el ácido acetil salicílico, tiene incluso propiedades suplementarias que literalmente lo convierten en una panacea, al ser, entre otros, profiláctico en la lucha contra el cáncer de colon y enfermedades cardio y cerebrovasculares.

Palabras clave:

2004-09-28   |   1,270 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 41 Núm.3. Julio-Septiembre 1996 Pags. 92-93 An Med Asoc Med Hosp ABC 1996; 41(3)