Autor: López Espinosa José Antonio
Si se considera la relación de la medicina con el hombre de la prehistoria, es fácil suponer que esta ciencia surgió prácticamente con las primeras manifestaciones de la necesidad de eliminar o aliviar los síntomas de malestar de aquel. A partir de esta consideración se puede advertir que la posibilidad de ejercer la profesión con carácter oficial le llegó a la mujer muy tardíamente, pues hubo que esperar hasta el otoño de 1847 para que una joven de 26 años pudiera matricular en la Escuela de Medicina de la Universidad estadounidense de Geneva, Nueva York. Ni la visión de un ser sobrenatural hubiera causado tanto asombro como el que originó la decisión de Elizabeth Blackwell (1821-1910) de hacerse médico por encima de cualquier prejuicio machista o feminista, y de convertirse en la osada iniciadora que abrió las puertas de las aulas de los estudios médicos a las mujeres de muchas partes del mundo. Para lograrlo tuvo que sobreponerse a la pobreza, al ridículo y al ostracismo social de que fue víctima en un principio hasta que, en 1849, se graduó a la cabeza de su clase gozando del respeto y la admiración de sus condiscípulos. La información disponible referente al ejercicio oficial del arte de curar por las mujeres en Cuba, da cuenta de que en 1612 se le impuso a la india curandera Mariana Nava la misión de brindar servicios médicos a los enfermos de la ciudad de Santiago de Cuba, que en ese tiempo tenía cerca de 4 000 habitantes y carecía de médicos, con un salario de 100 ducados anuales.
2005-01-04 | 1,055 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 20 Núm.2. Marzo-Abril 2004 Pags. Rev Cubana Med Gen Integr 2004; 20(2)