El médico: ¿mago o científico?

El inaprovechable aspecto mágico de la medicina 

Autor: León Mendoza Ángel

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De alguna manera, cuando pasamos por las aulas de la Facultad, a todos nos hicieron o nos hicimos la pregunta ¿por qué quise estudiar medicina? Ahora, nuevamente, tuve la oportunidad de cuestionar a un estudiante de medicina sobre sus motivaciones; me contestó: “Al médico se le ha atribuido desde que es médico y hasta la actualidad un poder que le confiere cierto carácter místico y sobrenatural: el poder de curar. El que una persona se confíe a su médico y ponga en sus manos lo más preciado que tiene, su salud, le confiere a éste poder sobre los demás”. Recordé y comprobé, como ya Fernando Martínez Cortés y otros tantos autores lo han dejado asentado en sus obras, ese pensamiento mágico que le asigna al médico el poder sobrenatural de curar. Durante la evolución de la humanidad y del hombre como ser individual único, éste ha concebido la magia. Y como lo menciona James George Frazer en su obra La Dama Dorada, “La magia es un sistema espurio de leyes naturales así como una guía errónea de conducta; es una ciencia falsa y un arte abortado”. Más adelante confirma: “el mago primitivo nunca analiza los procesos mentales en los que su práctica está basada” y concluye que “la magia es siempre un arte, nunca una ciencia, el verdadero concepto de ciencia está ausente de la mente rudimentaria del mago primitivo”. Por lo tanto, la magia como un sistema para llegar a lo inaccesible y lograr lo imposible, con sus rituales, nos acerca a lo deseado y nos trae la paz al creernos con el poder de controlar lo incontrolable. Así pensamos y piensan nuestros semejantes cuando están enfermos y se transforman en nuestros pacientes. Con dicha paciencia esperan, basado en su concepción mágica del médico y la medicina, que con sólo estar cerca de nosotros los médicos y que cuando ejecutamos las maniobras de exploración –como la palpación y percusión, entre otras-, lograremos, como si fuera un acto de imposición de las manos, sanar los males mortificantes de su cuerpo y de su espíritu, alejándoles el dolor y la muerte. Reconocemos como médicos que dentro de los tres principios fundamentales de nuestra práctica están: primero no hacer daño, segundo quitar el dolor y por último dar consuelo. Al dar consuelo podemos influir en el estado anímico del enfermo. Es entonces cuando se realiza el milagro y cobra portento el aspecto mágico de la medicina. Ese individuo, que sufre y padece, aligera su pesada carga al sentirse comprendido y amado. Los mediadores bioquímicos y las sustancias cerebrales (entre ellas las endorfinas) son en parte los que inducen tales cambios de bienestar, lo cual no tiene nada de sobrenatural. Nuestro deber en el ejercicio de la medicina es aprovechar todos estos conocimientos que día con día aprendemos y que nos enseñan los demás, hasta el más pequeño e ignorante de los hombres y en conjunto la vida misma. Conocimientos que, comprobados científica y filosóficamente por el investigador, podemos utilizar en un esfuerzo racional y con mente abierta en la atención de nuestros semejantes, poniendo énfasis en la relación médico-paciente, logrando comprender el padecer y dando consuelo, lo cual es lo más mágico de lo humano en la medicina. Dr. Ángel León Mendoza Especialista en Medicina Familiar Consulta Externa Unidad 401

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2005-02-04   |   1,187 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 58 Núm.2. Abril-Junio 1995 Pags. 82 Rev Med Hosp Gen Mex 1995; 58(2)