Autor: Mañé Garzón Fernando
Siempre han sido excepcionales los casos de desnutrición extrema o caquexia en los niños luego del primer o segundo año de vida. Pero es muy importante, cuando se presentan estos inusitados casos, tener un concepto general de las diferentes etiología que los pueden ocasionar. En 1965, siendo asistente (grado 3) de mi maestro, el profesor José María Portillo, al pasar visita en la sala 6 (de varones) del Hospital Pedro Visca, el jefe de clínica (hoy grado 2) y su practicante interno me presentaron un paciente que acababa de ingresar al cual sólo habían hecho el examen físico y el interrogatorio a la madre. Se trataba de un niño de ocho años, procedente de una zona rural del departamento de Rocha, que era enviado por caquexia progresiva. Pesaba en ese momento 11 quilos, y medía 115 centímetros. Era la imagen misma de la desnutrición extrema, emaciado, y como dijo alguien alguna vez no se sabía si era un sujeto muy flaco o un esqueleto gordo. ¡Piel y huesos!, como vulgarmente se dice. Llamaba la atención que su medio social no era del todo malo. Provenía de una familia pobre del medio rural, puesteros de una estancia. Si bien allí la vida era en todo primitiva (rancho de paja y terrón, aljibe, guiso de boniatos, zapallo y chicharrones las más de las noches y un poco de charque de capón y alguna galleta dura por añadidura), no correspondía a una desidia ni su piel ni su ropa, ni la compostura modesta pero digna y sana de su mare. Ésta tenía cara demacrada pero ojos vivaces y su estado psíquico no era depresivo. Ella relató que siempre fue flaco, pero que últimamente esa delgadez se había acentuado, se alimentaba poco, estaba estreñido, con vómitos intermitentes que se habían hecho frecuentes y cefaleas de ritmo insidioso. Aparte del estado general referido, el examen físico fue totalmente normal.
2005-03-10 | 1,156 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 75 Núm.4. Octubre-Diciembre 2004 Pags. 331- 332 Arch Pediatr Urug 2004; 75(4)