Autor: Arteaga Pallares Carlos
Aun mantengo la optimista esperanza de una sociedad guiada por cánones de justicia e igualdad. Pertenezco a esa generación idealista de los 60, que creía seriamente en la posibilidad política de un mundo mejor. Con el correr del tiempo, indudablemente, ese "idealismo" se ha ido modificando, pero mantiene sus postulados básicos casi intactos, ahora vistos con la lente que proporciona cierta madurez y una actitud reflexiva. Se trata de pensamientos que giran alrededor de un tema común: el Hombre con sus dilemas permanentes, a él como expresión constante de la dialéctica, de la polaridad, de la paradoja, de aquello que nos hace ser lo que somos, lo que nos asigna un carácter distintivo y único, en donde la Psico(pato)logía y la Psiquiatría adquieren su razón de ser y se construyen día a día como disciplinas que aportan en el estudio de lo que coloquialmente se conoce como la "ciencia de los seres humanos". En las actuales circunstancias de nuestro país observamos diversas clases de indicadores: individuales, sociales y económicos, que nos evidencian a cada paso el hecho incontrovertible que nos encontramos ante una crisis, a pesar de que algunas voces intentan acallar este hecho y de aquellos empeñados en mantener el status quo existente y que por razones propias de nuestra cotidianeidad lo hacen a uno pensar que de alguna forma esta condición los beneficia. Crisis porque el tipo de problemas que se enfrentan, excede a las capacidades de solución de los implicados, en este caso la sociedad a la cual pertenecemos y de la cual participamos. Crisis que, por supuesto, puede ser abordada desde diferentes ópticas y a la cual la Psiquiatría puede aportar, con su bagaje conceptual, en la búsqueda de soluciones idóneas, es decir, enmarcadas dentro de principios éticos. Sabemos que las doctrinas éticas surgen y se desarrollan como respuesta a los problemas básicos planteados por las relaciones entre los seres humanos y, en particular, por su comportamiento moral efectivo: por la relación existente entre lo normativo y lo fáctico. A mi juicio, parte sustancial de nuestra actual situación esta fundamentada en el hecho de que el sistema de normas y valores que nos regían se ha transformado profundamente, y que en estos períodos de transición, cuando los antiguos valores se menoscaban en su significado y las costumbres tradicionales pierden viabilidad, el individuo experimenta serias dificultades para encontrarse a sí mismo, para mantener su sentido de identidad; esta condición lo perturba, tanto en la acepción de sufrimiento (pathos), como en la acepción de enfermedad (nosos), y dado que ambas expresiones son propias de nuestro quehacer, estamos obligados a asumir una posición frente a esta realidad, que nos concierne tanto en su comprensión como en sus alternativas de solución. Con inusitada frecuencia nos invade una desagradable sensación de complicidad pasiva para con los privilegios que se obtienen del producto de las actividades ilícitas que pululan por doquier y que de alguna manera se "legitiman" sobre la base de una actitud generalizada que sobrestima el resultado, a pesar de que el acto moral, como manifestación concreta del comportamiento moral de los individuos, es una unidad indisoluble de la totalidad de los elementos que lo integran: motivo, intención, decisión, medios y resultados, razón por la cual su verdadero significado no puede hallarse sino a través del análisis y el entendimiento de los aspectos mencionados. Esta situación, entonces, nos impone un replanteamiento de esa "ética-no ética", carente de todo sentimiento de culpa e inmersa en la permisividad del sin-escrúpulo, que desconoce o minimiza las implicaciones valorativas de la motivación, la intención y la decisión en nuestros actos de conducta. Creo firmemente que una de las formas para "sembrar" este proyecto es rescatando la dimensión social del ser humano, dimensión que se obtiene cuando cada uno de nosotros se reconoce a sí mismo y frente a los otros como parte integrada de un grupo, cuando la estima al interior de ese grupo es producto del mérito, cuando la ganancia, en cualquiera de sus expresiones, es efecto del trabajo. Mientras estas condiciones no se den persistiremos en la actitud de acusarnos mutuamente, "jugando" hasta la saciedad a hacernos trampa, pero desgastándonos incesantemente en demostrar que es el otro quien nos ha embaucado. Aquí el concepto de respeto es tan solo una quimera, sin cabida para la pluralidad y la diferencia ya que como en el lecho de Procusto todos deberemos cumplir con la medida preestablecida, so pena de ser acusados, por unos o por otros, de aquello que precisamente queremos evitar: participar en su juego sucio. Quizás unas palabras de ítalo Calvino en nos sirvan como punto de reflexión: "...así también la anti-sociedad de los honrados tal vez sería capaz de persistir todavía por siglos, al margen de los hábitos corrientes, sin otra pretensión que la de vivir su propia diversidad… y de este modo habría acabado por significar alguna cosa, algo esencial para todos, por ser una imagen de algo que las palabras ya no saben nombrar, de algo que todavía no se ha dicho y todavía no sabemos qué es."
2005-07-14 | 1,028 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 26 Núm.2. Junio 1997 Pags. Rev Col Psiqui 1997; XXVI(2)