Creación de Pablo Solano El arte tiene muchas caras; cuando una persona se detiene frente a una obra de arte puede buscar en su relación con ese objeto singular cosas diversas. Puede verla, por ejemplo, como un objeto extremadamente costoso y respetarlo como tal, como una mercancía cotizable y cotizada o verla como un objeto enigmático, críptico y distante. Son todas estas funciones y algunas más las que se aceptan como habituales dentro de los espectadores del mundo contemporáneo. Sin embargo, hay otra actitud; lamentablemente menos común, menos frecuente, más difícil y más exigente. Es la de la obra de arte como objeto para ser contemplado en la más pura y elevada acepción del término. Es para este último tipo de espectadores para el que trabaja Pablo Solano (Bogotá, 1928); el mismo no parece regirse por las normas del mundo contemporáneo, del consumo, el ruido, el dinero y el poder. Por el contrario, el suyo es un mundo que gira más despacio, en donde hay tiempo, en donde hay luz, aunque él nunca pinta la luz en donde hay memoria. Es un sitio donde se narran historias que no se pueden contar, en donde se escribe música que no se puede oír, habitado por olores nolfateables. Pablo Solano pinta para si mismo, siempre lo ha hecho así. A los demás sólo nos es dado acercarnos como a hurtadillas, como haciendo trampa, con la sensación de quien invade un espacio ajeno, íntimo, privado. Sus pinturas siempre son pequeñas, "chiquiticas", como rehuyendo todo afán de notoriedad; como queriendo escudriñar en los rincones olvidados de su ser. Su trabajo de líneas, grafismos, gestos mesurados y trazos caligráficos, sugerentes, plantea una iconografía propia: una particular colección de signos y de símbolos, un lenguaje y una escritura.
2005-07-16 | 712 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 28 Núm.3. Septiembre 1999 Pags. Rev Col Psiqui 1999; XXVIII(3)