Autor: Quintanilla Osorio Jesús
Sr. Editor, como sanitarista diplomado en Salud Mental me ha parecido que los médicos dedicados a la atención de los niños tengan presente que la personalidad se desarrolla en la niñez, se va construyendo como si fuese un tejido delicado, compacto y apisonado, por las vivencias de la primera infancia, la herencia de los padres y las experiencias de cada individuo. Por eso, para un sano equilibrio mental, cada persona debe saber manejar sus conflictos y sus cargas emocionales. Si la persona genera y madura su autoestima en dirección correcta, podrá imponerse metas, conocerá sus habilidades, y tendrá un concepto real de su propio yo y un deseo permanente de superación. Sin embargo, inevitablemente para crecer tiene que enfrentar obstáculos: como el sentir popular, de que “cuando los niños enferman crecen en estatura”. Así, al enfrentar los niños y adolescentes los problemas propios de la escuela y los conflictos de la adolescencia, maduran y ésta será la base con que después afrontarán los problemas que se generan en el matrimonio, en el trabajo y en la vida social; es así como se forja nuestra personalidad. En cierta forma, los obstáculos son la manera en que la Providencia nos enseña a crecer como individuos. Lo que somos como persona es la expresión de lo que como individuos hemos adquirido por experiencia. Como dice Vendel “una persona no es un ser intercambiable por otro: la vida en el hombre es irrepetible”. Tenemos, pues, es sano dejar que los niños enfrenten sus propios problemas, alentándolos para que los superen (pero no haciendo el trabajo que a ellos les corresponde), y es conveniente que descubramos nuestras potencialidades para explotarlas a favor de nuestra familia, por nosotros mismos, y por la sociedad.
2005-08-04 | 3,430 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 72 Núm.3. Mayo-Junio 2005 Pags. 156 Rev Mex Pediatr 2005; 72(3)