Autor: Quijano Narezo Manuel
Ya he advertido que, debido a los tiempos de imprenta, los comentarios de esta columna son escritos dos o tres meses antes de que aparezcan y se hallan desfasados al leerlos, del estado de ánimo del autor al pergeñarlos. Hoy es casi fin de año y, medio aburrido ante el vacío de las horas de vacaciones, y un poco sentimental, miro hacia atrás y siento el extraño deseo de hablar de la vida tal como transcurre a través de mi yo personalísimo. Cuando se intenta hacer un balance de lo pasado se sorprende que uno ve con perspicacia las cosas y las gentes encontradas en el camino, pero no se ve uno a sí mismo. Debe reconocer, eso sí, que tanto las circunstancias como los hombres han hecho más beneficio que daño; que se ha gozado más que sufrido…pero con cosas tan pequeñas como gozar de un atardecer o mordisquear una hierba. En esta época de holganza y de festejos, si se da uno a reflexionar, se exacerba –paradójicamente– el individualismo; un individualismo consciente y concertado, como un deseo de reafirmar el cultivo del alma según las ideas más personales. Dada la flexibilidad que hay en los recursos del ser humano, es la costumbre, más que la naturaleza propia, lo que marca las diferencias en categoría, hábitos y saberes: en edades, género y hasta en las diversas especies, hay más proximidades que diferencias: niño o anciano, hombre o mujer, animal o bípedo que habla y trabaja con sus manos, para todos es común el infortunio y la dulzura de existir. Para todos existe la bruma, la lluvia, el sol, el mar, el aire y el agua; eso basta? Posiblemente, pero debemos reconocer que nunca somos más felices que en la exaltación; aunque inclusive en la exaltación, el placer se intensifica con el análisis. Y eso que se llama sentimiento se multiplica también con el análisis.
2006-05-26 | 389 visitas | 1 valoraciones
Vol. 49 Núm.2. Marzo-Abril 2006 Pags. 47-48 Rev Fac Med UNAM 2006; 49(2)