Si la persona que perdimos era importante para nuestra relación diaria con otros o con el mundo, es probable que el sentido de la vida se desbarate o se pierda: todas las actividades y conversaciones que teníamos con la persona fallecida, los propósitos del presente y los planes para el futuro ya no tienen cabida, ya no tiene caso salir temprano del trabajo o no hacer compromisos los fines de semana. La vida con el ser querido fallecido, que tanto tiempo nos costó construir a través de muchos años de convivencia, deja de tener sentido cuando la persona ya no existe. Posteriormente, Ana inició la tercera etapa del duelo, llamada conservación-aislamiento. Se trata de una aflicción severa acompañada muchas veces de depresión. Ana se mostraba impaciente, creía que tenía que hacer algo para no sentir el dolor, pero no sabía que todas las actividades realizadas la cansaban; se desesperaba, estaba fatigada, débil, sin energía, quería estar sola, no deseaba ver ni a Juan, que estaba por regresar a Europa, tenía mucho sueño, dormía casi todo el día. Se la pasaba recordando a Braulio cuando era niño, adolescente, empezó a engrandecerlo, a mitificarlo, lo consideraba un ser inteligente, bondadoso, generoso, cualidades que no correspondían a la realidad. Esta situación resultaba molesta para Juan por la rivalidad que siempre había existido entre ambos. Ana se sentía desamparada e impotente al no saber qué hacer para no sentir dolor, dejar de pensar en su hijo y explicarse por qué lo había hecho.
2006-06-13 | 701 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 4 Núm.6. Julio 2006 Pags. 17-19 Dol Clin Ter 2006; IV(6)