Autor: Soberón Acevedo Guillermo
Siempre me he ufanado de que la buena suerte me ha acompañado en mi ya larga vida profesional. Una de las mejores expresiones de mi buena fortuna se manifiesta claramente en la oportunidad que tuve de convivir con una pléyade de grandes maestros que marcaron su impronta en mi persona, pues me dotaron de un armamentario que me ha provisto de razones y actitudes que, seguramente, han sido cruciales para abrirme paso. Así, en orden cronológico menciono, para iniciar la lista, a mi padre Galo Soberón y Parra, malariólogo que me introdujo a los buenos caminos de las ciencias médicas al tiempo de minimizar sus sinsabores, ya que fue un hombre feliz que disfrutó inmensamente su profesión; a Edmundo Rojas Natera, quien, por poco, me hace patólogo; a Francisco Gómez Mont, quien me abrió los ojos a la endocrinología; a José Laguna, de quien recibí la inspiración para penetrar en las filas de la bioquímica; a Philip P. Cohen, mi mentor en la Universidad de Wisconsin, quien además de hacerme bioquímico, se empeñó en adiestrarme en el difícil arte del “chairmanship”; a Bernardo Sepúlveda con quien estuve cerca en dos épocas, la primera difícil y tensa por el encuentro entre su inefable férrea disciplina y mi nunca doblegada rebeldía, la segunda tersa y recompensante cuando unimos fuerzas para impulsar el uso razonable de los medicamentos en el sistema de salud al tiempo de impulsar el desarrollo de la industria quimicofarmacéutica. Siguen los nombres de dos reconocidísimos salubristas, Miguel Bustamante y Manuel Martínez Báez, cuyos consejos fueron valiosísimos cuando tuve que adentrarme en los fascinantes senderos de la salud pública.
2006-09-28 | 1,554 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 58 Núm.4. Julio-Agosto 2006 Pags. 362-371 Rev Invest Clin 2006; 58(4)