Autores: Goñi Alfredo, Rodríguez Arantzazu
Es bien conocido que los trastornos de la conducta alimentaria (TCAs) afectan ante todo a la población femenina, muy especialmente durante la adolescencia. Ahora bien, ¿hasta qué punto cambia el riesgo de que la población adolescente no clínica padezca tales trastornos en función de variables que pueden ser objeto de atención preventiva? Este estudio pretendía esclarecer si dicho riesgo: 1. es mayor en el grupo de edad de 15-18 años que en el de 12-14 años; 2. si guarda relación con el autoconcepto físico; 3. si se relaciona con la actividad física practicada; 4. si es siempre mayor en las mujeres adolescentes que en los adolescentes varones con independencia de las tres variables citadas arriba. Participaron en el estudio 740 adolescentes, 366 hombres (49.46%) y 374 mujeres (50.54%), con edades comprendidas entre los 12 y 18 años (X 14.33; DT = 1.41). Todos los participantes respondieron al Eating Disorders Inventory (EDI), de Garner y Olmsted, un cuestionario destinado a evaluar conductas y pensamientos propios de los TCAs. Todos completaron también un cuestionario acerca de sus hábitos de actividad física. Además, una parte de esta muestra, concretamente 347 sujetos (172 hombres y 175 mujeres), contestó el Cuestionario de Autoconcepto Físico (CAF), de Goñi, Ruiz de Azúa y Rodríguez. Se llevaron a cabo diferentes análisis estadísticos mediante el programa SPSS 11.5 para Windows: análisis de la varianza factorial, ANOVA de un factor, contraste de medias, análisis de gráficos de perfil para interacciones, así como comparaciones múltiples de Bonferroni. Los resultados obtenidos permiten afirmar que el riesgo de padecer trastornos alimentarios, tal como lo indican unas puntuaciones significativamente superiores en el EDI, es mayor en las mujeres que en los hombres, en el grupo de edad de 15-18 años que en el de 12-14 años, en personas con autoconcepto físico bajo y en quienes realizan actividad físico-deportiva de forma esporádica en comparación con quienes la practican de forma habitual. La insatisfacción corporal y las conductas bulímicas se incrementan, en efecto, en el segundo tramo de la adolescencia con independencia de que la práctica deportiva se realice de forma esporádica o habitual. La insatisfacción corporal, igualmente, aparece asociada con puntuaciones bajas en el autoconcepto físico (tanto en la dimensión de condición física como en la de atractivo físico), pero tal asociación no es significativa en el grupo de 12 a 14 años. Las chicas de entre 15 y 18 años muestran un riesgo significativamente mayor que los chicos. Asimismo, las diferencias de género en trastornos alimentarios, que no son significativas en el grupo de 12-14 años, vuelven a ser claras en éste. Estos datos reclaman prestar atención al grupo de edad de entre 15 y 18 años como etapa particularmente crítica, al menos con respecto a la primera adolescencia (12-14 años). Por otro lado, se confirma que los trastornos de alimentación conforman una patología propia de mujeres. La percepción del atractivo físico propio tiene, por ejemplo, un comportamiento diferente de un género a otro: no se correlaciona con los trastornos en el caso de los varones pero sí en el de las mujeres. De todos modos, estas consabidas diferencias de género no son las mismas, como ya se ha dicho, en distintos grupos de edad ni tampoco cuando tanto los chicos como las chicas realizan actividad física de forma habitual. En este último supuesto persisten las diferencias entre ambos pero se reducen. La edad y el autoconcepto se convierten, en consecuencia, en variables moduladoras del riesgo de padecer trastornos alimentarios, así como la actividad física. De los resultados del estudio se desprende que la actividad física moderada se correlaciona con menor incidencia de patología alimentaria, por lo que se convierte en altamente recomendable. No obstante, entre los asuntos que precisan más investigación figura el de la relación entre distintas modalidades e intensidades de actividad física y el bienestar psicológico, más allá de la clasificación dicotómica en adolescentes poco activos versus adolescentes activos utilizada en este estudio. El riesgo, evaluado mediante el EDI, de padecer trastornos alimentarios se ha mostrado fuertemente asociado con el autoconcepto físico medido con el CAF, lo que invita a incluir este último constructo no sólo en los diseños de investigación sobre la autopercepción del yo físico sino también en los programas de orientación, por dos razones básicas. De un lado, la utilización de cuestionarios como el CAF que miden autoconcepto físico puede convertirse en una forma rápida y económica de detectar precozmente sujetos con riesgo de padecer trastornos alimentarios entre población adolescente no clínica. De otro, una forma viable de educar con respecto a los TCAs consiste en fomentar el desarrollo del autoconcepto físico por medio de programas de intervención adecuados.
Palabras clave: Salud mental trastornos de alimentación actividad física autoconcepto físico adolescencia.
2007-09-06 | 4,886 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 30 Núm.4. Julio-Agosto 2007 Pags. 16-23 Salud Ment 2007; 30(4)