Mis vivencias en la Neurorradiología

Autor: Raglia Guillermo

Fragmento

La imagen radiológica ha sido y es para el neurocirujano el elemento primordial en el diagnóstico etiológico y topográfico de las lesiones cerebrales. Para los que nos iniciamos en la especialidad en la época pretomográfica, la arteriografía y la neumoencefalografía eran los procedimientos habituales y en su mayoría realizados por nosotros mismos. La arteriografía por punción percútanea de la carótida en el cuello o punción percutánea de la arteria humeral con bomba inyectora (Hospital Bellevue, New York, 1970) y la neumoencefalografía por punción lumbar con inyección de aire, permitían ver la totalidad del sistema ventricular y los espacios subaracnoideos. Estos procedimientos ponían en evidencia, por desplazamiento o deformaciones arteriales, venosas y ventriculares, la ubicación de las lesiones. En algunos casos éstas se volvían “positivas” por tratarse de malformaciones vasculares o circulación intratumoral en tumores muy vascularizados. Debemos recordar que en aquella época no se usaba el método se substracción ósea. El advenimiento de la Tomografía computada, que en mi caso ocurrió en Paris en 1975, nos llevó al “Paraíso radiológico” de la imagen positiva casi siempre. En aquel año se instaló en Bruselas el primer Tomógrafo en Europa Continental, ciudad a la que viajábamos con nuestros pacientes del Hopital des Enfants Malades de Paris. De allí volví con mi primer paciente tomografiado, un niño de siete años portador de un astrocitoma quístico de cerebelo. A esta época la podríamos denominar con la era arcaica de la Tomografía, pues vista con nuestros ojos del siglo XXI nos ofrecía una imagen pixelada y borrosa.

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2007-10-09   |   1,318 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 9 Núm.3. Julio 2007 Pags. 91 Rev Neurocir 2007; 9(3)