Autor: Pini Ivonne
El tema del paisaje concebido como registro bucólico de la naturaleza se remonta a fines del Medioevo, para canonizarse como pintura de género a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Se transformó nuevamente en el XIX, abordándose desde una perspectiva romántica o mostrando sus realizadores una intención cientifista. El siglo XX construye otro itinerario del paisaje, con una visión ampliada que es aún más notoria en los artistas contemporáneos para quienes éste se convierte no sólo en la representación reconocida por el imaginario colectivo, sino también en una construcción que parte de su propia experiencia y memoria. En ese contexto hay que ubicar el largo y significativo recorrido de María Cristina Cortés. Su aproximación al tema ha estado al margen de preocupaciones veristas para convertirse en una exploración que a lo largo de su obra mantiene una evidente coherencia y profundización del análisis. Del paisaje como espectáculo para gozar, interpretándolo desde una perspectiva que acercaba al espectador a lugares plenos de color y armonía, fue llegando a sus chambas con detritos. El paisaje se convirtió en una exploración en la que estaban implícitas las nociones de deterioro, de conflicto, con lo cual su manejo del espacio exterior se volvió una interpretación de la realidad circundante. La artista construye su propio paisaje indagando el papel del hombre como depredador, no sólo de la naturaleza, sino, además, de su sociedad. Con sus Matorrales (2003) hizo un alto en el uso del color para volcarse al blanco y negro, generando un mundo opresivo, efímero y en deterioro. Con Matemonte, esa conversión del paisaje en una referencia para ubicar al hombre y su situación se vuelve más evidente. La vivencia de un ámbito acogedor definitivamente desaparece para mostrarnos un espacio cerrado, enredado, del que es difícil salir. La idea de conflicto que se perfilaba en su obra pasada, se hace más dramática, y esas construcciones que refieren a la naturaleza no tienen salida, son reflejo de su angustia por la situación que se vive, por los miedos que ella genera. Hay un uso sensible del paisaje que se torna, en parte, pretexto para mostrar lo que siente. Si bien reaparece el color, éste difiere del uso que se le daba en pinturas anteriores y lo que logra es reforzar las preocupaciones esenciales que señalábamos. Colocando una base de acrílico sobre la tela —material que esparce con los recursos más diversos— va creando atmósferas que unas veces operan como base visible de la obra, mientras que en otras desaparecen. Sobre ella utiliza pastel y carboncillo para construir un dibujo gestual, de trazos fuertes, en los que la abstracción gana terreno. La indagación pictórica va acompañada de una creciente preocupación por el manejo del espacio concebido como totalidad, generando tensiones en todas direcciones y rompiendo con la tendencia al predominio de la línea horizontal que primaba en su exposición anterior. Con esa eclosión de tensiones y fuerzas enfrentadas a través del enmarañado ramaje que construye, parece querer romper con las limitaciones impuestas por el bastidor.
2007-10-30 | 780 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 36 Núm.3. Octubre 2007 Pags. Rev Col Psiqui 2007; XXXVI(3)