Autor: Gómez Gutiérrez Alberto
El siglo XX, último siglo completo de nuestra cronología, ha sido llamado, con toda propiedad, el siglo de la ciencia. Nunca antes se hizo tal énfasis en el conocimiento analítico y la racionalidad como ejes de la cultura. Sin embargo, la racionalidad, entendida como la posibilidad de describir razones o causas para todos los eventos de la naturaleza, se encontró con la oposición de filósofos como sir Kart Popper, quien planteaba un indeterminismo general y, en especial, un indeterminismo en el ser humano. Esta postura, que exaltó el azar en la naturaleza y que parecía tener su principal sustento en la mecánica cuántica, se encontró a su vez con contradictores tan ilustres como el mismo Albert Einstein, quien al respecto acuñó su hermosa frase de estirpe vitalista cuando dijo: ”Dios no juega a los dados”. Este contrapunto entre científicos y filósofos, ha sido el telón de fondo de lo que podríamos llamar el acto central de la trama de la medicina científica en su edad madura. En un extremo, el determinismo resultante de las leyes de la física ha influido en el pensamiento de biólogos y médicos, hasta el punto de considerar que el organismo vivo no es más que la suma de sus funciones celulares y moleculares. Este extremo corresponde a los preceptos de la escuela mecanicista que tuvo su anterior apogeo en el siglo XVIII, cuando los iatrofísicos, iatroquímicos y iatromecánicos dejaron una visión consolidada de su percepción reduccionista en la citada obra de Julián Offray de la Mettrie titulada L’homme machine. Hoy en día siguen publicándos obras mecanicistas como La fabrique de I’homme (1997) del profesor Jean-Paul Lévy, en la que se define de manera aparentemente completa el origen y el funcionamiento de todos los organismos como el resultado de un ensamblaje de piezas y procesos casi predecibles en el contexto de la evolución molecular. Este tipo de concepciones surge del inmenso atractivo de las formulaciones científicas que no necesitan de elementos diferentes a los que se pueden percibir a través de los instrumentos de nuestra cultura. La percepción extrasensorial, que hasta el momento no es cuantificable ni verificable, queda excluida del sistema. En el polo opuesto se encuentran las teorías vitalistas que exigen un soplo creador y un soporte permanente para este impulso metafísico original bajo la forma de un alma, por ejemplo, que coordinaría la salud y la enfermedad.
2008-03-27 | 1,781 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 24 Núm.1. Abril 2002 Pags. 61-64 Medicina Ac. Col. 2002; 24(1)