Autor: Cuéllar Montoya Zoilo
Era una luminosa mañana del mes de febrero del año de 1946 cuando, en el Liceo de Cervantes de Bogotá, iniciábamos nuestra formación escolar: entre mis compañeros se encontraba Jorge, con quien muy pronto trabé una buena y duradera amistad; duradera por que, a pesar de la distancia –Jorge vivió la mayoría de su vida profesional en los Estados Unidos- y del tiempo –pues fueron muchos los años que dejamos de vernos-, finalmente, al regresar a Bogotá, ya enfermo, me buscó y dicha amistad sólo la interrumpió su partida hacia esa arcana dimensión que llamamos muerte. La afinidad profesional de mi padre y el suyo, ambos médicos y ambos especializados en órganos de los sentidos, facilitó y estimuló nuestra camaradería, que se fortaleció en esos ocho años durante los cuales compartimos intereses escolares y sociales. En las vacaciones de fin de año de 1952, sus padres lo enviaron a terminar su formación secundaria en la Greenbriar Military School de Lewishburg, en West Virginia, Estados Unidos, donde permaneció desde 1953 hasta 1956, después de lo cual nos volvimos a encontrar en la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana y, mucho más tarde, ya como especialistas y en forma fugas, alguna vez en el campo de golf del Club el Rincón de Cajicá, en compañía de su gran amigo, el Académico Eduardo García Vargas. La última época de nuestra amistad se vio nimbada por la sombría presencia de la grave enfermedad que Jorge padecía: me consultó como oftalmólogo, pero no pude hacer entonces nada positivo por él, pues la lesión ya era irreversible.
2008-03-31 | 703 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 24 Núm.2. Agosto 2002 Pags. 152-153 Medicina Ac. Col. 2002; 24(2)