Fragmento

Recientemente, la prestigiosa revista “New England Journal of Medicine” publicaba un estudio del cardiólogo Ilan Wittstein de la Johns Hopkins Medical School de Baltimore sobre “el corazón destrozado por la pesadumbre” o lo que es lo mismo “el morir de amor”. ¡También se puede morir de amor!, aunque en verdad, el morir de amor no deja de ser una anécdota en la vasta realidad cotidiana “del morir” del ser humano. Con demasiada frecuencia, las personas morimos “por el dolor” y muchas, muchas veces, acompañadas por él. El dolor nos asusta, nos aterroriza, cambia nuestro carácter y nos hace adustos, desconfiados e irascibles, y a menudo, cuando su presencia se hace insoportable, nos lleva incluso a desear la muerte. El dolor, presentado así, se nos antoja como un enemigo horrendo, irreconciliable y espantoso…, y sin embargo el dolor es el gran aliado del ser humano, pues gracias a él y sólo a él nuestra integridad ha podido preservarse a lo largo del tiempo. Ha sido, en definitiva, un íntimo colaborador de la vida; nos avisa de que algo va mal para que nos protejamos. Ante su presencia, cualquier otra cosa deja de ser prioritaria, por muy importante que sea, y nos aprestamos raudos a escucharlo, a hacerle caso. “No hay antídoto más eficaz contra el tabaquismo que la experiencia personal de haber sufrido un infarto de miocardio”, me confesaba no hace mucho un amigo. El problema por tanto, no radica en impedir que el dolor aparezca, sino en la necesidad de disponer de las herramientas necesarias para poder luchar contra él, una vez realizada la función de alertarnos.

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2008-05-08   |   732 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 104 Núm.4. Octubre-Diciembre 2007 Pags. 135 Gac Med Bilbao 2007; 104(4)