En la práctica diaria de la medicina y en la práctica de la pediatría, el cuerpo del médico interviene siempre en la relación con los pacientes. Este cuerpo interpela, sacude, deja oír las viejas resonancias de la medicina científica, positivista, aquella que despersonaliza la enfermedad, que la considera extraña, producto de una serie de causalidades mecánicas. Como dice David Le Breton: “En este proceso gradual del saber médico y de su saber hacer, la medicina deja de lado al sujeto con su historia, su contexto, el sentido profundo de la enfermedad, sólo para considerarla un mecanismo corporal que no funciona, para considerarla extranjera. La medicina olvida que el hombre es un ser de relaciones y de símbolos, no sólo un cuerpo a reparar”. Tomando este modelo de práctica hegemónica, donde el saber es patrimonio de una de las partes, podemos repensar la relación médico-paciente desde otra perspectiva, desde el marco de los Derechos Humanos, y en particular de los Derechos del Niño. También aquí el cuerpo juega un papel relevante en la adjudicación y en la práctica de estos derechos, en el sentido de que si el otro ejerce como derecho su presencia, su derecho a ser escuchado, a ser tenido en cuenta en las decisiones que se tomen sobre su salud, a ser informado sobre los procedimientos, a ser tratado con cariño, a estar acompañado, a jugar y aprender; de alguna manera rompe este modelo hegemónico casi unidireccional de relación entre los cuerpos… obliga a situarse en un lugar diferente, a descolocarse de la posición tradicional.
2008-07-30 | 688 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 106 Núm.4. Julio-Agosto 2008 Pags. 359-360 Arch Argent Pediatr 2008; 106(4)