Autor: Hoyos P Bernardo
Conocí a Jorge a comienzos de 1964, cuando trabajaba en Atlas Publicidad. Él venía con frecuencia a la oficina, pero en realidad nos habíamos encontrado por vez primera en la casa de Ernesto Azuero, un bumangués muy simpático que trabajaba en la industria de distribución de automóviles y tenía un apartamento en la 5ª con la 28, donde reunía a muchachas muy bellas, muy de moda y a gentes interesadas en el arte. Le había comprado a Jorge un cuadro, para mí de gran calidad, titulado Nabucodonosor, que correspondía a su excelente trabajo realizado al regresar de Italia y donde acusaba la influencia de dos pintores que Jorge admiraba mucho, Campigli y Clavé. Jorge me dijo en Atlas que como él había estudiado textiles en Italia durante varios años, sobre todo lo que tiene que ver con el diseño, pensaba que como antioqueño que yo era podría tener buenos contactos con la empresa textil. Claro que los tenía, porque había sido secretario ejecutivo de Diriventas cuando fue fundada en Medellín por Carlos J. Echavarría, el legendario presidente de Coltejer, entre los años cuarenta y sesenta. Le escribí a Lucía Molina, la directora de Relaciones Públicas y quien era muy buena amiga y le conté que Jorge había recibido un título en diseño de textiles. Aunque parezca raro, los textileros antioqueños tan capaces tenían diseñadores de talento natural, pero no profesionales. Yo me fui para el exterior y cuando regresé, a finales de 1966, recibí la visita de Jorge en Medellín, quien me contó que estaba en Coltejer como director del Departamento de Diseño. O sea que Lucía Molina atendió mi carta y Jorge probó su formación e imaginación. Nos volvimos a ver en los años ochenta, conversábamos con frecuencia y él entonces estaba dedicado a la enseñanza, que le gustaba mucho. Era un dibujante excelente, ya había dado una prueba de imaginación y línea muy suelta en su magnífica serie de dibujos sobre animales fantásticos, homenaje a Borges. Esos dibujos corresponden al Manual de zoología fantástica, de Borges y Bioy Casares. Trabó con Borges amistad porque entendió su imaginación de artista. La producción de Jorge en los ochenta y noventa no correspondió a su gran talento, quizá por un exceso de autocrítica, por sus ocupaciones de maestro o por otros avatares de la vida, pero realizó trabajos de mucha calidad que están hoy en manos de coleccionistas y amigos. Recuerdo su serie de caballos muy bien aperados y de enorme presencia física. Otra gran preocupación de su vida, cumplida a cabalidad al lado de Socorro Pinzón, entonces su esposa, fue la educación de sus dos hijos, Pedro y Andrés, que son hoy ejemplares profesionales. Jorge vivía orgulloso de ellos porque justificaban su existencia. Jorge era un gran conversador y en los últimos años de su vida, difíciles por sus problemas de salud, tuvimos la ocasión de frecuentarnos, tenía la memoria intacta y no había perdido el sentido del humor. Su tema predilecto de conversación era Italia, el cine viejo, las costumbres de las ciudades. No insistía mucho en el tema del arte, pero tenía un conocimiento muy preciso sobre las grandes figuras y las grandes obras. Marta Traba observó en alguna ocasión que era una lástima que Jorge no pintara más, pero algunas obras dan testimonio de un gran talento, de su capacidad como dibujante, de su sentido de la composición y de una visión fantástica y a veces surrealista de lo que imaginaba. Yo espero que sus animales fantásticos de Borges estén presentes en Cartagena y ojalá, por qué no, el Nabucodonosor, que fue mi primer contacto con su pintura. Cuando llegué esa noche a la casa de Ernesto Azuero, lo primero que hice fue preguntarle quién había pintado ese cuadro, Ernesto me contestó, “el pintor está aquí, te lo voy a presentar”, y después fuimos amigos durante casi medio siglo. Bernardo Hoyos P.
2008-11-21 | 1,218 visitas | 1 valoraciones
Vol. 37 Núm.3. Septiembre 2008 Pags. Rev Col Psiqui 2008; XXXVII(3)