Autor: Berruecos Villalobos Pedro
Consideraciones preliminares Agradezco antes que nada a la Academia Nacional de Medicina, y en particular a nuestro buen amigo y presidente, Dr. Emilio García Procel, la enorme distinción de encomendarme en esta sesión solemne de admisión de nuevos académicos, la Conferencia Magistral “Dr. Miguel F. Jiménez”, que honra la memoria de uno de los pioneros de la Academia. Lo que fue la Sección de Medicina de la Comisión Científica, presidida por Carlos Alberto Ehrman, se convirtió en Sociedad Médica de México, precursora de nuestra Academia, de la que Miguel F. Jiménez fue en realidad su primer presidente en 1865, además de haberla presidido en 1866, 1870 y 1872. Miguel F. Jiménez estudió en el Establecimiento de Ciencias Médicas, se tituló en 1838 e hizo una brillante carrera. En la biografía que de él hizo su gran discípulo Gabino Barreda, a pesar de sus ideas políticas y religiosas totalmente opuestas, quedó marcada para la historia la verdad de la amistad sincera, el mutuo reconocimiento al talento, la lealtad a las causas propias y un profundo amor a México. Esa biografía glorifica al maestro, honra al alumno y nos da el ejemplo de la tolerancia y de la altura de miras que siempre deben prevalecer en nuestra corporación. Intentar hablar de la fuerza que tiene la palabra, de las facultades que confiere y al mismo tiempo del ágora en que se ha convertido la Academia Nacional de Medicina desde hace casi 150 años, es un enorme atentado, porque es tan inacabable el tema como corto el tiempo. Sin embargo, sabiendo que la palabra debe tener en esta Academia más vigor que en cualquier otro entorno, acepté la oportunidad de hablar de la que es la principal herramienta del ser humano. En el teatro clásico antiguo, la máscara de los actores se llamaba per-sonare. Su hendidura, cóncava hacia arriba o hacia abajo, para representar la comedia o la tragedia, aumentaba la intensidad vocal. Fue así como la per-sonare dio origen a las palabras persona y personalidad. Somos “personas” porque “sonamos”, porque “hablamos”, y porque al hacerlo manifestamos nuestro carácter, emociones y afectos, con el más grande logro que distingue al hombre entre las especies.
2008-12-09 | 1,369 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 144 Núm.4. Julio-Agosto 2008 Pags. 355-361 Gac Méd Méx 2008; 144(4)