Cada individuo es producto de la naturaleza y de un orden social históricamente determinado. Las facultades inherentes a la propia condición específi ca del ser humano le han permitido, a lo largo del tiempo, asumir diversas actitudes hacia el ambiente natural. El temor a las fuerzas cósmicas y el consecuente sometimiento a ellas, fueron actitudes que privaron desde los inicios de la humanidad. La contemplación y el disfrute psíquico de la naturaleza y de los primeros conocimientos sobre ella, aparecieron más sutilmente expresadas, milenios más tarde, como actitudes características del mundo clásico grecorromano. Es desde la revolución neolítica que la destrucción y utilización de la naturaleza en bien propio, son actitudes que han caracterizado al devenir de las acciones del hombre sobre el planeta y su propia corporalidad. Esta posibilidad cobró énfasis durante el Renacimiento y los albores de la modernidad, en el pensamiento de los filósofos de la época, al establecer que si bien el hombre forma parte de la naturaleza, su condición humana le permite, en alguna medida, ser independiente de ella, afrontarla y sobrevivir a “sus designios”. En los planteamientos de René Descartes, Francis Bacon y Galileo, entre otros, empieza la construcción de una nueva forma de ver el mundo natural y una estrategia metodológica y técnica ad hoc, para conocerla y dominarla, con el magno propósito de alcanzar la felicidad de todos los seres humanos
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2009-02-06 | 1,239 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 20 Núm.4. Octubre-Diciembre 2008 Pags. 97-100. Lab acta 2008; 20(4)