Autor: López Espinosa José Antonio
En 1858, apenas tres años después de graduarse de médico en el Jefferson Medical College de Filadelfia, el sabio cubano Carlos J. Finlay Barrés (1833-1915), se empezó a dedicar al estudio de la etiología de la fiebre amarilla. Desde sus primeros experimentos en este sentido presintió que el origen del trastorno se podía atribuir al exceso de alcalinidad en la atmósfera, lo cual se correspondía con las ideas de la época, que achacaban a los factores atmosféricos y a las emanaciones de los cuerpos corrompidos la aparición de las enfermedades infecciosas. Durante algunos años Finlay mantuvo esta ruta equivocada, hasta que, a fuerza de profundos análisis, llegó al convencimiento de que las alteraciones fisicoquímicas de la sangre y las lesiones vasculares son rasgos característicos de esta afección. En virtud de ello consideró errónea toda hipótesis que sostuviera como factores causantes de la fiebre amarilla las influencias atmosféricas o la falta de higiene y pensó en la posibilidad de la existencia de un agente capaz de transmitirla por inoculación, con lo cual dio un giro de 180 grados a sus criterios anteriores. Por otra parte, cuando se percató de que, durante los tiempos de epidemias, los amarílicos residentes en un conjunto de casas en una o varias cuadras no se hallaban siempre en locales inmediatos, discurrió que ello se podía explicar con la intervención de un pequeño organismo viviente.
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2009-03-26 | 564 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 16 Núm.6. Diciembre 2007 Pags. . Acimed 2007; 16(6)