Asma:

ayer y hoy 

Autor: Murtagh Patricia

Fragmento

El asma no es una enfermedad nueva. Pero su incidencia sigue incrementándose en la actualidad y se ha convertido en el proceso crónico más frecuente en la infancia. Desde tiempos inmemoriales, tanto el asma como la epilepsia han atraído gran atención por su forma dramática de presentación. Los médicos de la Grecia clásica utilizaron por primera vez la palabra asma (que deriva del verbo aazein) y que significa exhalar con la boca abierta o sea jadear, diferenciándola de disnea (“dys” difícil, “pnoea” respiración). Este cuadro ya había sido identificado en antiguos escritos egipcios y hebreos. El papiro de Ebers es uno de los más antiguos tratados médicos conocidos. Fue redactado en el antiguo Egipto (1550 a.C.) y está fechado en el año 8° del reinado de Amenhotep I, de la dinastía XVIII. Descubierto entre los restos de una momia en la tumba de Assassif, en Luxor, por Edwin Smith en 1862, fue comprado luego por el egiptólogo alemán Georg Ebers, al que debe su nombre y traducción. Se conserva actualmente en la biblioteca de la Universidad de Leipzig. Es uno de los más largos documentos encontrados del antiguo Egipto, escrito en hierático; consta de 110 páginas, más de 700 fórmulas magistrales y remedios. En este documento se menciona algo sobre enfermedades respiratorias. No se describe claramente ninguna enfermedad específica, pero hay listas para el tratamiento de síntomas: tos, expectoración y sibilancias. Probablemente, una de las prescripciones más antiguas estaba hecha con higos, uvas, frutas del sicomoro, bayas de enebro, incienso, comino, vino, grasa de ganso y cerveza dulce. Un extracto de beleño (Hyoscyamus muticus), planta venenosa que abunda en el Mediterráneo y de la que se obtiene la hiosciamina o escopolamina (alcaloide con acción parasimpaticolítica intensa que inhibe los receptores muscarínicos), se colocaba sobre un ladrillo caliente y se inhalaban sus emanaciones.

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2009-04-07   |   1,102 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 107 Núm.2. Marzo-Abril 2009 Pags. 146-151 Arch Argent Pediatr 2009; 107(2)