El tiempo diluye lentamente los rayos del sol, mientras el día tiñe de negro sus vestiduras para disfrazarse en noche. Entonces en la lontananza se asoma una imponente dama blanca, semejante a las perlas que engalanan las profundidades del océano. Es la luna hermosa y abrumadora, vigía de nuestro suelo que ha paso firme y tranquilo hipnotiza la oscuridad con su tenue resplandor. Diosa nocturna, hermana del sol y los planetas, que transformas tu figura hasta casi desaparecer en las tinieblas; tal es la magnitud de tu belleza, que cada noche del tiempo, el indomable Poseidón en acto apasionado, ordena a sus mares y océanos llegar a ti y acariciarte. Sobre tierras lejanas, valles, selvas y montañas se esparcen los claros de tu magia luminosa; así pues, te conviertes en guía de feroces cazadores de la noche y en la fiel compañera de las almas que durante la oscuridad de la vida se desprenden de los cuerpos mortales. Esfera celeste que desde tiempos inmemorables arrullas los sueños del ser humano; eres madre de los viñeros y cosechas. En honor a ti la mano creadora del hombre, imponentes monumentos ha edificado, y canciones y elegías se esparcen en el viento buscando alcanzar tu inocencia. El hombre curioso e insaciable, inconforme con tu compañía lejana, en hazaña mitológica y con valor y esfuerzo infinito tripuló un proyectil espacial para encontrarse con la amante de sus noches y plantar en su suelo virgen de vida sus huellas terrenales.
2010-02-05 | 1,827 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 22 Núm.3. Septiembre-Diciembre 2009 Pags. 214 Médicas UIS 2009; 22(3)