Autor: Meyrán García Jorge
Al leer varios artículos médicos sobre la comparación de efectividad de un medicamento, me llamó la atención el alto porcentaje de curaciones por el placebo. Recuerdo haber leído hace muchos años un trabajo sobre un nuevo antiviral para el tratamiento de la queratitis herpética, en donde lo comparaban con un placebo a base de sulfato de zinc, que es muy bueno para las conjuntivitis crónicas. El nuevo antivírico fue efectivo en un 70 a 80 por ciento, mientras el placebo sólo 25 o 30. Me dije: “Qué bueno es el placebo”. Han pasado ya muchos años y sigo leyendo artículos con comparaciones similares y los resultados o remisiones por el placebo me siguen pareciendo muy elevadas: 20, 25, 30%. No recuerdo haber encontrado un estudio en que el placebo fuese cero. El organismo animal siempre empieza a trabajar antes que el médico y sus medicinas y, por otra parte, la mente contribuye mucho en la curación, ya que además puede modificar los síntomas y a veces los signos. Así resulta que un antibiótico es bueno o muy bueno contra una infección, un analgésico contra el dolor, un hipotensor contra la hipertensión arterial, etc.; sirven en general para una sola enfermedad o contra determinados microbios, o contra una dolencia, algunas veces para dos o tres; en cambio el placebo sirve, aunque en menor proporción, contra casi todas. Es cierto que también cualquier medicamento se puede usar como placebo, como la penicilina o la aspirina y entonces resultaría que también son útiles para muchas otras enfermedades sin relación con su actividad, pero… habría el peligro que la persona fuese alérgica a la penicilina y el resultado podría ser peor, o le provocara gastritis o empeorara de su úlcera con la aspirina. Eso que los dos ejemplos citados son de los más inocuos, pues la mayoría de los medicamentos tienen muchos más efectos colaterales. El placebo debe ser completamente libre de complicaciones para que pueda ser usado como placebo.
2010-02-19 | 966 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 84 Núm.1. Enero-Febrero 2010 Pags. 65-66 Rev Mex Oftalmol 2010; 84(1)