Autor: Barberousse Paul
Introducción El ataque cerebrovascular (ACV) o stroke constituye la tercer causa de muerte en nuestro país dentro de la esfera circulatoria y es la causa principal de lesión cerebral en el adulto. En todo el mundo millones de personas sufren un ACV nuevo o recurrente por año y casi un 25% de ellas muere. La incidencia anual de ACV es estimada según diversas publicaciones en 200 por 100.000 habitantes y no se han observado diferencias geográficas importantes. Asimismo es responsable de discapacidad en un alto porcentaje de los pacientes que sobreviven con el consiguiente impacto individual, familiar, social y económico que provoca. Según el estudio Framingham, el 71% de los sobrevivientes víctimas de un ACV tiene un deterioro de su capacidad funcional, un 20% necesita rehabilitación ambulatoria y un 16% debe permanecer en instituciones. Si bien las tasas de mortalidad e incidencia del ACV están disminuyendo en muchos países, la disminución lograda con la prevención ha sido contrarrestada por el crecimiento de la población de edad avanzada. Según la Organización Mundial de la Salud, el ACV se define como: “la instalación aguda o rápida de signos clínicos que reflejan una disfunción focal (y en ocasiones global) del cerebro, de causa vascular, y que tienen una duracion mayor de 24 horas”. Esta definición incluye: el infarto cerebral, la hemorragia cerebral y la hemorragia subaracnoidea, quedando excluido el ataque isquémico transitorio (AIT) que se considera una amenaza de ACV. Según su naturaleza el ACV se clasifica en dos grupos: isquémicos y hemorrágicos. Alrededor del 85% de los ACV son isquémicos. Los ACV isquémicos se producen fundamentalmente por oclusión de un vaso sanguíneo que irriga el cerebro habitualmente por un trombo o un émbolo y menos frecuentemente por mecanismo hemodinámica donde se acepta que dicho mecanismo puede llegar a provocar un infarto cerebral si existe coincidentemente una patología estenosante de las arterias intra y/o extracraneanas. Los ACV hemorrágicos son el resultado de la rotura de una arteria cerebral donde se observa espasmo asociado de la arteria y distintos grados de hemorragia. Hasta hace poco, y aún en nuestro país, la atención de un paciente con ACV era en gran medida de soporte y estaba dirigida a la prevención y tratamiento de complicaciones respiratorias y cardiovasculares en primer lugar y más alejado las complicaciones metabólicas e infecciosas. No había ningún tratamiento específico para modificar la evolución ni la extensión del ACV en curso. Por lo tanto se hace poco hincapié en el traslado o la intervención rápida, pues no es necesario.
2010-02-25 | 4,164 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 11 Núm.1. Enero-Diciembre 2008 Pags. Arch Inst Neurol 2008; 11(1-2)