Autor: Carballo Junco José Antonio
Mitificada como una de las metrópolis más caóticas de nuestro planeta, la Ciudad de México experimentó hace un año un fenómeno que ni la inseguridad ni sus perennes conflictos ambientales, económicos y urbanos habían logrado imponer en sus habitantes: convivir con el miedo curtido en tremendismo de una ‘gripa’. Si bien cada año cerca del 20% de la población mundial padece de estados gripales, y de entre ellos según datos de la OMS, la influenza específicamente ataca de 5 a 15% de la población causando de 3 a 5 millones de enfermos y entre 250,000 a 500,000 muertos globalmente; mientras que en nuestro país mueren alrededor de 20,000 personas todos los años por neumonía o complicaciones respiratorias de otros padecimientos; desde mediados de marzo de 2009 empezamos a escuchar con una frecuencia obsesiva acerca de la influenza tipo A-H1N1, enfermedad respiratoria causada por la cepa H1N1 humana, un subtipo del Influenzavirus tipo A del virus de la gripe, perteneciente a la familia de los Orthomyxoviridae. El virus de la influenza tipo A, que puede propagarse en y entre varias especies durante todo el año, ocurriendo la mayoría de los brotes en los meses finales del otoño e invierno, tuvo una variante muy severa y mortal denominada gripe española en 1918, que causó la muerte de entre 50 y 100 millones de personas en el mundo, al ser capaz de provocar una reacción de citocinas (tormenta de citocinas) en el cuerpo, como todas las infecciones que cursan con inflamación. El virus infecta células de pulmón, produciendo una sobreestimulación del sistema inmune a través de la liberación de cantidades importantes de citocinas en el tejido pulmonar. Esto causa una migración importante de leucocitos hacia los pulmones, lo cual ocasiona una destrucción de su tejido y la secreción de líquido hacia los mismos (edema), lo cual dificulta así la respiración del paciente. En octubre de 2005, surgió cierta controversia después de que fuera publicado el genoma de la cepa H1N1 en la revista científica Science, debido al temor de algunos a que esta información pudiera ser utilizada para producir armas biológicas. Cuando se comparó el virus de 1918 con el actual, el virólogo estadounidense Jeffery Taubenberger descubrió que tan sólo hubo alteraciones en una cifra entre 25 a 30 aminoácidos de los 4.400 que componen el virus. Estos ligeros cambios convierten potencialmente a este virus en una mortífera enfermedad que se puede trasmitir de persona a persona.
2010-04-16 | 1,964 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 6 Núm.69. Abril 2010 Pags. 20 Odont Moder 2010; 6(69)