Autor: Guzmán Esquivel José
Desde el año 1979 en que salió por primera vez el antígeno prostático específico (APE) como un nuevo y prometedor método de apoyo diagnóstico de cáncer de próstata, su impacto hizo que este estudio, con el tiempo, se sobredimensionara en sus alcances y beneficios. En algunos lugares y por muchos médicos, incluso, se le consideró como un estudio de certeza para cáncer prostático. Lejos de serlo, llegó a confundir a la sociedad y no sólo eso, muchos de los hombres creyeron que se habían escapado del tormentoso examen digitorrectal. Uno de los pocos estudios clínicos controlado y aleatorizado, que comparó a un grupo a quienes se practicó prostatectomía radical como estrategia terapéutica y a otro con vigilancia controlada, mostró una diferencia estadística muy pequeña. En este estudio, como lo menciona el Dr. Michael J. Barry, se tendrían que realizar 18 prostatectomías radicales para prevenir apenas una muerte por cáncer de próstata en un lapso de 12 años. Si el intento de realizar un diagnóstico precoz con el apoyo de un estudio de laboratorio (en este caso del APE) conduce a ofrecer un tratamiento curativo como la prostatectomía radical, cuál sería entonces la bondad en escrutar a una población si el beneficio es muy bajo. El mismo Dr. Barry hace comentarios oportunos y congruentes respecto a este tema y, en particular, sobre el uso del APE en hombres mayores de 75 años de edad. Si la expectativa de vida en los mexicanos es de 84 años, es de esperarse entonces, que si se le practica prostatectomía radical o se deja en vigilancia controlada, los resultados tendrían una muy baja o nula ventaja.
2010-05-13 | 885 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 69 Núm.3. Mayo-Junio 2009 Pags. 87 Rev Mex Urol 2009; 69(3)