Autor: Ibarra Mazari JL
Al salir de la misa dominical, Cirilo Mora y su mujer se detuvieron ante la mesita, junto a la puerta del templo, y le compraron a la vieja enlutada ocho estampas con el Divino Rostro. Ocho eran las puertas y ventanas de su casa que daban al patio: en cada una de ellas colocarían una estampa protectora, ya que acababan de darse cuenta de que sólo tenían en la puerta de entrada una imagen mínima de San Ignacio de Loyola: “Al demonio: no entres”. La prisa de su paso era la misma de los escasos hombres sanos que a hora tan temprana habían salido, fugazmente, con el terror pintando los rostros de blanco. Lentas, las carretas utilizadas en esa época para recoger la basura de las calles y vecindades cargaban ahora otros desperdicios: docenas de cadáveres apilados. De todos los tamaños: envueltos en sábanas, cobijas finas, o corrientes petates. Era la peste Llegó matando hombres y mujeres, niños, viejos, jóvenes. La muerte cabalgaba en el aire, entraba a todas partes por las rendijas de puertas y ventanas que el pánico cerró.
2010-05-24 | 803 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 11 Núm.44. Julio-Septiembre 2009 Pags. 207-208 Med Univer 2009; 11(44)