Autor: Carballo Junco José Antonio
Hace más de veinticinco siglos que Parménides, en un poema titulado “De la naturalezaâ€, llamó a cuidarse del sentido común, demasiado rudimentario y lleno de inexactitudes, que suele designar el lugar geométrico de nuestros prejuicios, donde el pensamiento se reduce tan sólo a la inercia, sin una reflexión que lo vuela dinámico. El sentido común, llamado coloquialmente “el menos común de los sentidos†otorga a las preguntas todas las respuestas prehechas, inhibe y condiciona nuestros reflejos; fabrica y canaliza nuestras reacciones y construye nuestras normas como “un corazón sin el temblor de la verdad†como también lo afirmaba Parménides en sus fragmentos 1-29. Según Kant, el sentido común es un recurso desesperado al cual no hay que recurrir mientras nos quede algo de sentido crÃtico. “Invocar y convocar al sentido común es permitir al más descolorido de los habladores desafiar con toda seguridad al cerebro más sólidoâ€, entregándose al juicio del número, recibiendo aquellos aplausos que avergüenzan al pensador y son el triunfo del bufón popular. El sentido común es insidioso, aunque por supuesto, serÃa ridÃculo negar su utilidad práctica cotidiana, pues la vida se lo recuerda al que se olvida de él. Tiene una utilidad funcional esencial, pero su campo de validez es muy limitado. Es más una calidad del carácter que del espÃritu y es algo asà como el sueldo mÃnimo de la inteligencia. Una inquietud elevada debe vigilarlo y recordarle la infinidad de su ignorancia. Arcaico y simple, acaba siempre por ser rudimentario. Rompiendo con el mundo común, la ciencia opone lo inaudito a las apariencias cómodas, la banalidad y la evidencia; es polémica y cuestionadora de sus propias estructuras, acabando por convertirse casi siempre la verdad en la ciencia en un error rectificado.
2010-11-29 | 963 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 4 Núm.37. Agosto 2007 Pags. Odont Moder 2007; 4(37)