Autor: González Cabra Jaime
Exactamente como el edificio de Salmona que alberga su exposición, la obra de Rosemarie Gleiser, también atravesada por el agua —puente entre la rigidez de lo inorgánico y el canto de vida—, acoge a cielo abierto a quien se le acerca y, una vez dentro de ella, pone a disposición del visitante un paraíso de humedad y silencio que estimula la introspección y favorece los sueños. Si se define al artista como alguien que modifica, marcando con su personalidad, una materia que interviene con la suficiente discreción para permitir a otros realizar recorridos personales, tendremos que tanto el trabajo de Rosemarie Glieser como el espacio que lo acoge constituyen obras cuyos artífices satisfacen plenamente esa definición de creador. Para arruinar la tentativa de apoyar la originalidad de su esfuerzo en la pretendida neutralidad del lienzo o en la supuesta inocencia de la hoja en blanco, Gleiser fundamenta el rigor de su esfuerzo por componer imaginariamente un mundo en la decisión de partir de fotografías. La fotografía, que se presta a asociaciones tan abiertamente figurativas, pone aquí en evidencia la ausencia sistemática de la figura humana, que tiene entre sus antecedentes la cultura protestante del siglo XVII, una de cuyas manifestaciones llevó el auge del género naturaleza muerta, en el que la representación de santos y personajes bíblicos se sustituyó por la de cuerpos de animales muertos y frutos cogidos para ser consumidos. El hombre se hace discreto hasta desaparecer y cede la escena al espectáculo de su trabajo de cazador, como recolector de los frutos de la tierra y como artesano de elaborados recipientes en vidrio y cerá ica y de instrumentos musicales, por ejemplo. En las obras de “Cuerpos de Agua”, el hombre contemporáneo también se desdibuja, pero esta vez las huellas de su trabajo no anuncian la promesa de encuentros enriquecedores alrededor de una mesa, sino la amenaza de una soledad absoluta producto de la expoliación del planeta. Mezclando a su advertencia notas de recóndita belleza y extraño erotismo, la obra de Rosemarie Gleiser nos interpela con fino tacto y una prodigiosa economía de medios, resultado de la exigente búsqueda del equilibrio entre el gesto que le permite hacerse sentir claramente y el medio que le preserve al ojo del otro un máximo de libertad para que quepa en el esfuerzo de integración armoniosa del hombre con su medio, cuyo primer paso consiste en afinar su sensibilidad. Jaime González Cabra
2011-01-31 | 698 visitas | Evalua este artículo 1 valoraciones
Vol. 39 Núm.1. Septiembre 2010 Pags. Rev Col Psiqui 2010; 39(Supl1)