Las condiciones de salud y la esperanza de vida de la población han mejorado significativamente en el último siglo. Cuando vemos estos logros podríamos analizar la participación de diversos factores, pero es indudable que un protagonista primordial es el progreso en el conocimiento y, de forma más precisa, su adecuada aplicación. El financiamiento de proyectos de investigación que llevaron no sólo a nuevos y mejores diagnósticos y tratamientos, sino también a prevenir diversas enfermedades a través de identificar los factores de riesgo, constituye una inversión eficiente, de acuerdo con la mejoría en los índices de salud. Sin embargo, existe heterogeneidad de resultados entre diferentes poblaciones, incluso entre países desarrollados; por ejemplo, se ha observado un rezago en el incremento en la longevidad de estadounidenses, que se ha atribuido a la deficiente aplicación del conocimiento por los prestadores de servicios de la salud y por la comunidad en general, una pobre transferencia de los hallazgos científicos a la práctica médica y a los hábitos de la población. Recientemente se han revisado ejemplos de evidencias científicas que muestran la utilidad de medidas terapéuticas simples, no costosas, y que han sido probadas en las últimas décadas, pero de las que no se benefician más de la mitad de los casos, entre ellas la prescripción de β-bloqueadores, aspirina o hipocolesterolémicos en infarto de miocardio. Por otra parte, en estos mismos casos, procedimientos terapéuticos más complejos, como angioplastia o fibrinólisis, en la actualidad recomendados en las guías de la especialidad, se realizan sólo en dos tercios de los enfermos, una cobertura igual a la existente ocho años antes de establecerla recomendación; es más, en el 14% de los casos tratados se realizó inadecuadamente el procedimiento.
2011-08-17 | 922 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 147 Núm.3. Mayo-Junio 2011 Pags. 288-292 Gac Méd Méx 2011; 147(3)