El debate entre la ciencia y el arte de la medicina

Autor: Jaim Etcheverry Guillermo

Fragmento

El análisis de la práctica contemporánea de la medicina evidencia lo acertado de la afirmación de Einstein que encabeza estas líneas. Efectivamente, la tecnología de la que hoy depende implica el riesgo de hacerle olvidar su objetivo esencial: la atención prestada por un ser humano a un semejante que sufre. En la actualidad, la ciencia y los nuevos recursos diagnósticos y terapéuticos que de ella derivan están modificando de manera radical el modo en el que practicamos la medicina. Contamos con excelentes estudios clínicos en base a cuyos resultados se juzga la pertinencia de lo que hacemos y que constituyen el estándar que guía nuestra práctica. Fundarla exclusivamente en la evidencia científica nos desliza hacia un modelo reduccionista de la salud y la enfermedad. Es preciso advertir que mucho de lo que hacemos como médicos no ha sido estudiado científicamente e, inclusive lo que lo ha sido, requiere el ejercicio del juicio clínico para decidir cuándo y cómo seleccionar entre las diversas opciones disponibles. La experiencia está siendo desacreditada siguiendo la tendencia social prevalente que sólo valora lo nuevo. Tendemos a olvidar lo que también dijo Einstein: “El conocimiento es experiencia; todo el resto es información”. El péndulo de la medicina está desplazándose, pues, del arte de la medicina hacia su perfil científico. Sin embargo, el mejor clínico es tal vez aquel que, provisto de conocimiento de la ciencia médica, se acerca al paciente dotado de un equilibrado juicio clínico; en otras palabras, practica su arte. No sólo el juicio clínico sino también la compasión y la comprensión humana forman parte de ese arte.1 Aunque antiguas, escuchar, hablar, tocar al paciente, siguen siendo tecnologías esenciales de la práctica médica. Su propia persona sigue siendo la principal herramienta con la que cuenta el médico.

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2011-08-25   |   700 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 109 Núm.4. Julio-Agosto 2011 Pags. 290-291 Arch Argent Pediatr 2011; 109(4)