Autores: Leija Esparza Mauricio, Sauceda García Juan Manuel, Ulloa Flores Rosa Elena
Introducción: Desde las primeras descripciones de los trastornos alimentarios, los investigadores han encontrado que las familias de las pacientes con anorexia nerviosa o bulimia nerviosa presentan un alto nivel de disfunción familiar. Sin embargo, aún no se ha establecido qué síntomas se encuentran más relacionados con el grado de disfunción o con la calidad del ambiente familiar en este tipo de pacientes. Objetivo: Describir la frecuencia de los trastornos de la conducta alimentaria, incluyendo los trastornos de la conducta alimentaria no especificados, en una muestra de pacientes adolescentes hospitalizadas por diversos tipos de psicopatología; y establecer el tipo de relación existente entre el funcionamiento-calidad del ambiente familiar y la gravedad y características de la psicopatología alimentaria. Material y métodos: El estudio incluyó a un grupo de 36 pacientes mujeres adolescentes hospitalizadas debido a cualquier tipo de psicopatología en el Hospital Psiquiátrico Infantil Dr. Juan N. Navarro. Se realizó la entrevista Mini-Kid para determinar las categorías diagnósticas presentes en la muestra (los trastornos de la conducta alimentaria no especificados fueron diagnosticados a través de una entrevista no estructurada basada en los criterios del DSM-IV). Además, se aplicó el Eating Disorder Inventory, la Subescala deFuncionamiento General de la Familia, la Escala del Ambiente Familiar Global y la Escala de Figuras de Niños. Resultados: El 39% de la muestra presentó un trastorno alimentario (17% un trastorno específico y 22% un trastorno no especificado), el 42% presentaba únicamente insatisfacción corporal y sólo el 19% de la muestra se encontraba libre de psicopatología alimentaria. El grupo con disfunción familiar (puntuación en la Subescala de Funcionamiento General de la Familia >2.17) presentó una mayor tendencia a cursar con episodio depresivo mayor y fobia social en contraste con el grupo sin disfunción familiar, con una diferencia estadísticamente significativa (p < 0.05). El grupo de pacientes con alta-moderada calidad del ambiente familiar (puntuación en la Escala del Ambiente Familiar Global >70) no mostró diferencias estadísticamente significativas con el grupo de baja calidad del ambiente familiar en cuanto a los trastornos de la conducta alimentaria y el resto de las categorías diagnósticas obtenidas por el Mini-Kid. Se encontró una correlación positiva (r = 0.34) entre la puntuación total del Eating Disorder Inventory y la puntuación de la Subescala de Funcionamiento General de la Familia (p < 0.05). La subescala del Eating Disorder Inventory que tuvo mayor correlación fue la de sintomatología bulímica (r = 0.51), seguida por la de inefectividad y baja autoestima (r = 0.43), ambas estadísticamente significativas (p < 0.01). Conclusiones: Los trastornos de la conducta alimentaria representan una importante causa de morbilidad en las poblaciones clínicas de mujeres adolescentes; asimismo, los trastornos de la conducta alimentaria no especificados superan en prevalencia a la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa. La disfunción familiar es una variable que se relaciona con la gravedad de los trastornos de la conducta alimentaria, principalmente los síntomas bulímicos y la baja autoestima. Este hallazgo resulta relevante ante el hecho de poder determinar qué grupo de síntomas podrían mejorar inicialmente con una intervención familiar encaminada a tratar un trastorno alimentario. Al parecer, la calidad del ambiente familiar medido de forma retrospectiva no tiene un impacto específico en la presencia de un trastorno alimentario, lo que puede quizá solamente propiciar la presencia de variables mediadoras que se relacionen con la generación de psicopatología.
Palabras clave: Ambiente familiar funcionamiento familiar trastornos de la conducta alimentaria insatisfacción corporal adolescentes hospitalizados.
2011-09-05 | 1,291 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 34 Núm.3. Mayo-Junio 2011 Pags. 203-210 Salud Ment 2011; 34(3)