En los últimos años se ha producido un creciente debate en torno a los requerimientos de nuevas formas de generación de energía. Por un lado, Chile es una nación que depende en el ámbito industrial mayoritariamente de gas proveniente de Argentina. Los hogares también requieren de este tipo de combustible y la electricidad proviene, principalmente, de plantas de generación hidráulica. Además, el transporte debe enfrentarse a los oscilantes precios del petróleo. Opciones como la energía nuclear aún son inciertas en Chile y la energía eólica todavía está en pañales. La opción de la bioenergía es, entonces, una de las que se deben estudiar en forma urgente. Sin embargo, el debate en torno a los combustibles a partir de recursos naturales renovables se ha centrado en Chile básicamente en torno al uso de tipo vial, es decir, como reemplazo al petróleo. Pero poco se ha hablado de opciones que benefician directamente a los ciudadanos como, por ejemplo, la electricidad o, incluso, el uso residencial de los combustibles. Increíblemente, cuando se habla de bioenergía se tiende a olvidar que el uso de la biomasa es casi tan antiguo como el hombre. Entendemos por energía de biomasa aquella que se genera por la reacción de captura y emisión de carbono y oxidación de hidrógeno a partir de vegetales y sus derivados, entre ellos leña, desechos de los procesos forestales como aserrín, astillas o virutas, o de algunas labores agrícolas. Caen también en esta definición las generadas a partir de papeles, cartones u otros desechos.
2011-11-04 | 525 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 10 Núm.29. Julio-Septiembre 2008 Pags. A61-A62 CyT 2008; 10(29)