Integridad, debe ser la clave

Autor: Mendoza Vega Juan

Fragmento

En el ámbito internacional y desde hace más de doscientos años, la figura que mejor encarna el concepto de “científico” es sin duda el sabio que investiga, la mujer o el hombre que decide sacrificar sus apetencias personales, el brillo social, la ganancia económica, a veces incluso la posibilidad de una vida familiar, para dedicar todas sus horas y el máximo de sus capacidades a la búsqueda del conocimiento. Es investigador, se dice, con tono de admiración que no alcanzan a manchar los inevitables rastros de ocasional envidia; hacia esa persona se vuelven siempre los ojos con interés, sintiendo que en cualquier momento nos puede iluminar con alguno de los esquivos relámpagos de esa ciencia en cuyo altar oficia sin descanso. El imaginario popular asigna al investigador las mejores cualidades. Inteligente muy por encima del promedio, especialmente dedicado, mejor observador que muchos de sus pares, ingenioso, libre de flaquezas corporales o, al menos, capaz de domeñarlas si éstas pueden interferir con su trabajo, este ser humano casi deja de serlo para tomar los caracteres de un sobrenatural sacerdote de la Ciencia, así con mayúscula que subraye aún más la importancia social del sujeto y de sus obras.

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2012-03-15   |   522 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 26 Núm.1. Enero-Marzo 2006 Pags. 5-6 Biomédica 2006; 26(1)