Autor: Mendoza Vega Juan
En las más diversas culturas de los cinco continentes, puede identificarse el concepto de “muerte digna” desde muy remota antigüedad. Parece que el ser humano, en el pasado prehistórico y como parte de la elaboración del concepto global de muerte, concibió algunas formas de ese fenómeno como distintas de las que se observaban en otros seres vivos y en cambio, más acordes con lo esperado y deseable para el mismo y para sus semejantes. Las ceremonias para disposición del cadáver, como la sepultura entre pétalos de flores y rodeado por armas y utensilios, pudieron ser muestras de esa actitud; se considero en cambio durísimo castigo la muerte en condiciones de indignidad. Los mayas y aztecas mesoamericanos tenían claro que la suerte del individuo en el inframundo o lugar de los muertos estaba relacionada, más que con la forma en que se hubiera vivido, con la manera como se hubiera llegado a la muerte. Pero en los decenios finales del pasado siglo XX, a consecuencia de los inmensos avances en el conocimiento y los consiguientes progresos tecnológicos, apareció una visión nueva de la muerte como situación susceptible de intervenciones capaces de retardarla verdaderamente y quizá, para los más optimistas, de impedirla y hacer realidad el milenario sueño de la inmortalidad para los seres humanos. Las Unidades de Cuidados Intensivos abrieron la posibilidad de recuperar para la sociedad muchas personas que, por heridas u otras lesiones, hubieran estado antes condenadas a pronta muerte. Y se inicio también la preocupación ética y bioética por aquellos casos en los que ciencia y tecnología detienen transitoriamente el proceso de terminación de la vida pero sin lograr que el individuo quede restaurado por completo en sus funciones intelectuales ni recupere la capacidad para relacionarse consigo mismo y con cuanto lo rodea; a tal condición fisiopatología se la ha llamado estado vegetativo persistente.
2012-03-31 | 346 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 25 Núm.2. Abril-Junio 2005 Pags. 165-166 Biomédica 2005; 25(2)