Glorias y miserias del aforismo

Autor: Stilman Eduardo

Fragmento

El jesuíta Baltasar Gracián y Morales goza de bien ganado renombre; su obra encandiló a Schopenhauer, inquietó a Walter Benjamin, y hasta inspiró (por cuestiones del momento) un gracioso brulote de Jorge Luis Borges. Sin embargo, no nos resultaría tan familiar el nombre de Gracián, si de su obra formidable no se hubiera desprendido, para su gloria eterna, esta célebre perla de siete palabras: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. La sentencia que apuntala la fama de Gracián es un aforismo en el sentido sofisticado de la palabra, que poco tiene que ver con el que proporciona el Diccionario de la Academia (“Sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte”). Según la tácita definición que aportan la tradición literaria y las compilaciones, un aforismo es, además de eso, un dicho feliz que expresa ingeniosamente una verdad, real o supuesta, de modo inapelable, divertido, paradojal. “No importa si un aforismo es cierto o incierto. Lo que importa es que sea certero” , apuntó José Bergamín. También importa su contenido de ingenio, su apelación a la sonrisa; tiene prohibida la solemnidad. Epigramas, máximas, apotegmas, pensamientos y “sentencias breves y doctrinales” son a menudo aforismos, pero no lo son por sí mismos; al aforismo literario, la verdad le importa menos que la belleza, la seriedad menos que el asombro: “No vamos a dejar de creer en algo sólo porque se haya vuelto increíble”, dijo Robert Frost. Este es un aforismo perfecto: una flecha de palabras que da en el blanco, un golpe de luz o de luminosa tiniebla.

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2012-05-21   |   523 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 34 Núm.1. Enero-Marzo 2005 Pags. 128-130 Rev Fed Arg Cardiol 2005; 34(1)