Libros que muerden y libros que no muerden

Autor: Stilman Eduardo

Fragmento

Desde la invención de la imprenta, la posesión y lectura de libros fue signo de una superioridad tan emparentada con el saber como con el placer, hasta el punto de que fuera imposible imaginar que una persona educada renunciara a leer por mera indolencia o desinterés. La educación misma sólo se completa a través de la lectura de libros, cuyos sucedáneos se han mostrado absolutamente insuficientes. De modo que los libros han ganado un prestigio incomparable, y una convención supone que cuantos podemos gozar de la lectura la amamos y la utilizamos en nuestro beneficio, sin soñar con renunciar a ella. Leer libros desarrolla la capacidad para la atención concentrada y el crecimiento de la imaginación que enriquecen la vida privada y pública de las personas. La declinación en la lectura en cualquier segmento de la población adulta refleja un colapso general en el nivel de civilización. Sólo los movimientos totalitarios podrían propender a la extinción o limitación del maravilloso privilegio. Como movimientos totalitarios no faltan, la desaparición del libro y de la lectura, con el consiguiente embrutecimiento de la especie, es un mal largamente anunciado. Hace más de medio siglo, Ray Bradbury publicó Fahrenheit 451, distopia en que los libros están prohibidos, y la misión de los bomberos no consiste en apagar incendios, sino en quemar bibliotecas y lectores (451 grados Fahrenheit es la temperatura a que arde el papel). Cuando Bradbury publicó su libro se vivía la guerra fría, y ya se estaban expandiendo los sistemas mediáticos de dominio de la personalidad (o de la impersonalidad): no se habían borrado de la memoria las quemas de libros orquestadas por los nazis (el 10 de mayo de 1933 Goebbels presidió en Berlín, ante las cámaras, el incendio de veinte mil ejemplares en medio de los aplausos del populacho), y resonaban consignas como "¡Alpargatas sí, libros no!" , a la que el inolvidable César Bruto retrucó con "¡Agarrá los libros, que no muerden!". Pero como el mismo Bradbury comprobó con el tiempo, "las razones para quemar libros desaparecen cuando la gente ya no los lee. No leer libros es lo mismo que quemarlos".

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2012-05-30   |   397 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 33 Núm.3. Julio-Septiembre 2004 Pags. 395-396 Rev Fed Arg Cardiol 2004; 33(3)